Te devuelvo el amor que no pudo ser

Pareja cogida de las manos
Lucía y Manuel hicieron sus vidas por separado, y cuando se encontraban de casualidad en la calle, disimulaban tras un simple “hola o adiós”, porque aquel amor fue prohibido.

Voy a contaros la historia de una hermosa abogada de 55 años. Ella, con su vida de rosa y lujos, guarda un secreto que pocos conocen. Ni siquiera su marido o sus hijos tienen idea de la punzada de dolor con la que viaja, desde los 18 años.

Una mañana recibió una llamada inesperada, de una amiga. Hacía mucho que no charlaban y se pusieron a recordar anécdotas pasadas. Rememoraron a antiguos amigos. Uno era ahora un reputado abogado en Francia, el otro estaba de juez en Milán, otra se había casado con un ministro de España.

Todo transcurría en un ambiente divertido, ameno, hasta que de pronto, la amiga le dijo:
—¿Recuerdas a Manuel, aquel mozo de almacén que tenía tu padre en una de las fábricas?—

Ella disimuló, aunque le dio un vuelco el corazón.

¿Cómo no se iba a acordar de él?, había sido el primer amor de su vida.

Y siguió contando la amiga:
—Acabo de leer en el periódico que falleció en un accidente de coche. Pobre hombre, tenía 60 años.—

En ese momento se le cayó el mundo al suelo. Le dijo a su amiga que era una pena, que su padre se iba a entristecer cuando lo supiera, porque a sus empleados siempre les había tenido mucho cariño.

Mantuvo la compostura y, cuando se despidieron, corrió escaleras arriba a por su portátil. Escribió su nombre en el buscador y allí, en varios periódicos, salía la noticia, con su foto. No podía ser. Era imposible.

No, no, nooo.

La historia, de esta mujer a la que vamos a poner de nombre Lucía, comenzó así:

Manuel trabajaba de mozo de almacén de una de las fábricas del padre de Lucía, un rico empresario de Cantabria. Lucía tenía 15 años cuando lo vió por primera vez. Al verlo, fue como si el mundo se parase; como si todas las mariposas del planeta se hubieran acercado a su pecho y lo inundaran por completo; como si todos los besos de los enamorados se hubiesen posado en su boca, susurrando mil “te quieros”; como si hubieran tenido un pasado lleno de años y vida juntos, acurrucados frente al fuego.

Y así, como a veces suceden las cosas de la vida, se fueron enamorando, se fueron encontrando a escondidas, sin que nadie los viera, sin que nadie supiera.

Aquello era un amor imposible, ella era de “alta cuna”, y su amado, un empleado de familia humilde, que vivía en una de las zonas más pobres de su ciudad.

Su padre lo había dejado claro, que no se le ocurriera ennoviarse con un “donnadie”, que los mataba a ella y a él.

Tras tres años de amor secreto, urdieron un plan para escaparse juntos a Francia, donde poder comenzar desde cero, con la libertad del amor.

Una madrugada, Lucía salió de casa, sigilosa, con una mochila cargada a su espalda. Quedaron en juntarse en el puerto, desde donde salía un barco, muy temprano, hasta Francia. Allí alquilarían un piso y buscarían un trabajo para vivir.

Llegó al puerto con la emoción de ver a su enamorado y su corazón se paró, lo que encontró no fue a su amado, sino a su padre, que los había oído hablar del plan de fuga el día anterior.

Resultó que no era tan fiero el león como se quería pintar y su padre no mató a Manuel, ni la mató a ella. Lo que hizo fue trasladar al muchacho a otra de sus fábricas en Cádiz, y lo amenazó severamente si se le ocurría contarle a alguien que querían escaparse juntos. A Lucía la mandó a estudiar a Estados Unidos, cinco años.

Así, en un segundo, se truncaron sus planes de futuro, su amor y su vida. Todo quedó sepultado entre las lágrimas que rodaron, mejilla abajo, durante meses.

Nuestra protagonista, con el dolor pujando por arder en su pecho, aceptó a regañadientes las órdenes de su padre. Se encontraba en esos momentos demasiado entristecida para reaccionar de otra manera. Además, tampoco tuvo ayuda de su madre, que se avergonzaba de que se hubiera podido enamorar de un pobre muchacho sin futuro.

Lucía, en cuanto pudo contrató a un detective para que descubriera la dirección de Manuel en Cádiz y le escribió una carta, desde Estados Unidos. Al cabo de un mes recibió respuesta. Manuel escribía diciendo que era mejor que cada uno siguiera su vida, que siempre la amaría, que su amor era imposible y que le deseaba toda la suerte del mundo.

Lucía contestó a esa carta pidiéndole que por favor se lo pensara, que ella no podía vivir sin él y que no había parado de llorar desde que su padre los descubrió. Pero esta segunda carta no obtuvo respuesta.

Entonces Lucía dejó de mandar las cartas que escribía, las rompía en cuanto terminaba de escribirlas y las tiraba. Se sentía tan rota como el papel de aquellas cartas.

Lo que ella no sabía era que ese acto de romper lo que le había escrito, le iba a ir liberando poco a poco de la rabia y la tristeza, de las cadenas de ese amor imposible.

Finalmente el dolor fue adquiriendo otra intensidad, ya no era tan negro y pesado, tornó su color a un tono grisáceo, cada día más claro, que le permitió ir rehaciendo su vida, conocer a otras personas y volver a reír de nuevo.

Viajaba a casa de sus padres en Semana Santa y para las fiestas navideñas. En verano se iba de vacaciones con su familia o con algunas amigas a lugares lejanos.

Pasó el tiempo, que nunca cesa de hacer girar las manillas del reloj y con el título de abogada entre las manos, regresó Lucía a Cantabria, más libre, más madura, más segura, más guapa, con muchas experiencias a sus espaldas.

Había tenido algún amigo especial en aquellos años, algún amor de verano, pero nada serio que terminara de colmar sus heridas, ni que curara por completo aquella cicatriz que dejó Manuel.

En cuanto llegó a Cantabria, se incorporó a trabajar en un afamado despacho de abogados, donde se sentía muy realizada y feliz. Allí, poco a poco se fue enamorando de uno de sus compañeros, el hijo del dueño del despacho y, tras un tiempo, se casó con él.

La risa colmaba los espacios que compartía junto a su marido, proyectos futuros, ilusiones, viajes, la casa nueva, armonía laboral. Sentía ella libertad y bienestar.

Había ido desdibujándose aquella pesada carga que llevó durante tanto tiempo en su pecho, por la ruptura con Manuel. Aunque acudía a su cabeza algún recuerdo suyo con frecuencia, comprendía que era lo mejor que le había podido suceder, pues ahora estaba casada con un ser humano estupendo y maravillo al que quería mucho.

Un día, mientras paseaba por la calle, sola, pensando en sus cosas, sintió que su corazón explotaba de emoción. Ante ella, más guapo y maduro que nunca descubrió al hombre del cual se enamoró con tan solo quince años: Manuel.

Iban por la misma acera en sentido contrario, así que el encuentro era inminente. Pensó que no la iba a saludar, que iba a pasar de largo. Pero no fue así.

Manuel se paró a saludarla.

Un instante le valió a Lucía para saber que, en un rincón de sus corazones, se seguían queriendo. A pesar de los años, la huella de aquellos besos permanecía impregnada en sus almas, de pronto sintió que había una especie de hilo invisible que los unía y comprendió que esa unión, permanecería más allá de los tiempos.

El amor se puede oler, se puede saborear, se puede escuchar la conversación que mantienen los corazones, con tan solo una mirada.

Manuel le contó que estaba casado y con una hija en camino. Hacía un par años que había vuelto a Cantabria, después de dejar el trabajo en la fábrica de Cádiz.

Allí estuvo trabajando y estudiando al mismo tiempo. Ahora trabajaba en el Ayuntamiento de Administrativo, se había sacado la plaza hacía dos años.

Ella le contó brevemente también algo sobre su recorrido vital en estos años en los que no se habían visto.

Con una sonrisa y un adiós se despidieron.

Lucía y Manuel hicieron sus vidas por separado, y cuando se encontraban de casualidad en la calle, disimulaban tras un simple “hola o adiós”, «confío en que todo bien» y un «¿qué tal los niños?», porque aquel amor fue prohibido y quedó grabado en los albores de la historia.

Me gustaría devolverles ese amor que no pudo ser. A ellos y a todos los que han vivido un amor imposible.

Queridos Lucía y Manuel, la vida os apartó de vuestro amor. Aquí, hoy, ahora:

  • Os devuelvo las caricias y los besos que se perdieron en el olvido de lo que no pudo ser.
  • Os regalo un millón momentos bajo las estrellas y apasionadas miradas al amanecer.
  • Os entrego mil paseos, agarrados de la mano en la orilla del mar.
  • Os invito a una cena romántica cada sábado, en el restaurante más hermoso que oséis imaginar.
  • Os entrego todo el amor de cada mañana y los abrazos del anochecer.
  • Os permito ser felices siendo a ratos juntos un único ser.
  • Borro, al fin, de la memoria, la tristeza y la soledad de vuestros corazones en esas épocas en las que vuestro amor no pudo ser.

Dedicado a los que por cualquier causa (dinero, edad, distancia, ideologías políticas, raza, guerras, encarcelamiento, religión,…) no pudieron amar libres.

Te comparto aquí un vídeo de mi canal, donde se trata sobre conectar con tu corazón. Si te apetece puedes dejar algún comentario en el vídeo o suscribirte al canal. Si quieres entrar en mi canal puedes pinchar aquí:  Con las Manos de Mirena

Abrazos de corazón.

María José Malleiro Zorzano

Compartir en tus redes:

Artículos relacionados

El aborto

«No te avergüences de llorar, tienes derecho a llorar. Las lágrimas son solo agua, las flores, los árboles y las frutas no pueden crecer sin agua. Pero también debe haber luz solar. Un corazón herido sanará en el tiempo y cuando lo hace, la memoria y el amor de nuestros perdidos serán sellados en nuestro interior para confortarnos». Brian Jacques

leer más ›

Mírame

«Ejercita cada día tus ojos poniéndote frente al espejo. Tu mirada debe aprender a posarse silenciosa y pesadamente sobre el otro, a disimular con velocidad, a aguijonear, a protestar o a irradiar tanta experiencia y sabiduría que tu prójimo te de la mano temblando». Walter Serner

leer más ›