El aborto

"No te avergüences de llorar, tienes derecho a llorar. Las lágrimas son solo agua, las flores, los árboles y las frutas no pueden crecer sin agua. Pero también debe haber luz solar. Un corazón herido sanará en el tiempo y cuando lo hace, la memoria y el amor de nuestros perdidos serán sellados en nuestro interior para confortarnos". Brian Jacques

Me acerqué a la farmacia a comprar un test de embarazo. Hacía tanto tiempo que quería sentir vida dentro de mi vientre, que ya había comprado antes ese «accesorio» para comprobar si estaba embarazada.

Sabía la parafernalia que envolvía el proceso. Sacarlo del plástico que lo recubre, quitarle el pequeño capuchón que lo protege, sumergir la parte indicada en la orina, esperar un minuto, observar que la línea que indicaba que el proceso estaba correcto saliera, y esperar, a ver si salía la otra marca en rosa intenso. Aquella que me indicaría si estaba o no en estado de «buena esperanza».

Este acto puede llevar a lo sumo dos minutos, aunque a mí se me hicieron eternos, cada vez que usaba un test, se me hacía más largo.

Llevaba mucho tiempo aguardando ser madre. Organizaba en mi mente unos bonitos cuadros para la habitación del bebé; imaginaba lo lindo que sería pasear con mi marido, los dos agarrados del carrito, por el parque, como hacen las familias «felices»; me vislumbraba amamantándolo, sintiendo su olor y acariciando su pequeña cara.

Pero el bebé no llegaba.

Volvamos al test. Vi como salía la primera línea. Vale. Y parecía que borrosamente se comenzaba a formar otra, no podía ser, ¿o sí?, ¿o sí?, ais, madre mía, se formó la segunda marca completamente.

¡Estaba embarazada!

No sabía cómo sentirme, si reír o llorar, si saltar o quedarme quieta para guardar en mi memoria ese momento. Es indescriptible. Solo se puede vivir. No se puede explicar. Porque no hay palabras para definirlo.

De pronto me entraron todos los miedos del mundo, todas las alegrías del mundo, todas las dudas del mundo. Todo junto apareció en mi corazón de golpe y porrazo en un segundo.

Ahora tocaba decírselo a la otra parte involucrada en la experiencia.

Me dije que esperaría a que Gabriel llegara a casa del trabajo y así le daba la sorpresa, pero no pude esperar, así que lo llamé y nos emocionamos los dos al teléfono.

Prometimos esperar un poco a contarlo en la familia. Sí, unas horas esperamos… jejeje. Cuando algo tan bonito llega, la boca no puede callar lo que nace con fuerza del corazón. Así que ya todos informados y las abuelas en proceso de compra de artilugios variados de bebés.

Varié un poco mis muchas rutinas diarias, que estaban llenas de obligaciones en ese momento. Hube de cancelar alguna y posponer otras. Todo por el bien del bebé.

Entré en el ciclo de médicos que toca en las embarazadas, matrona, médico, analíticas, y una primera eco privada. Todo bien hasta el momento. El ginecólogo privado nos mandó regresar al cabo de un tiempo, para ver cómo iba el proceso.

Al cabo de los días, sentada nuevamente en la camilla del ginecólogo, toda feliz, algo nerviosa, bueno, muy nerviosa, por ver a mi hijo dentro, el doctor me puso gel para deslizar la parte del ecógrafo por mi vientre. Y no lo vi. No había bebé. Y vi la cara del doctor. Y sentí aquella punzada de dolor profundo y desgarrador que se hizo acopio de toda mi alegría y la transformó en pena, en desolación, en profunda rabia. Todo ello compartido con mi marido, que también se sentía abrumado por la situación.

El doctor me dijo que hay muchos abortos espontáneos, que no sucede nada, que enseguida estaría otra vez embarazada, que si esto y lo otro. La mitad de la conversación no la escuché, nada más que podía pensar en que ya no había una vida preñándome.

Me llené de culpas, que si no había comido bien, que si había hecho demasiados esfuerzos antes de saber que estaba embarazada, que si tenía que haber dejado las cosas que seguí haciendo cuando ya supe que estaba embarazada, que si patatín y que si patatán.

Se movilizó toda la familia hacia mi casa, para apoyarnos.

Pasé un par de días en el hospital, donde me hicieron un legrado. Después de salir del quirófano se me acercó la ginecóloga y me dijo que todo había salido muy bien, que esperase dos ciclos antes de volver a intentar quedarme embarazada. Y que me alegrara, porque después de un legrado es facilísimo quedarse embarazada. Le encontró una frase graciosa y todo: «mujer legrada, mujer preñada».

Vacía de ese ser que habitó en mí, con la ilusión de un nuevo embarazo, salí del hospital.

En los días siguientes me encontré a muchas mujeres que me contaban que ellas habían tenido un aborto, que enseguida me iba a quedar embarazada otra vez, que no me apenara.

Todo el mundo intentaba alegrarme, hacía planes para quedar, para ir a un lado, al otro, pero mi pena seguía dentro. Sí, sé que no era un humano completo, que había formado parte de mí muy poco tiempo, pero llegó y no es fácil dejar ir las sensaciones. No era capaz de quedar con ninguna embarazada, ni ir a sitios donde hubiese muchos bebés. Me entraba un pesar profundo.

Aunque en mi interior llevaba la cuenta del tiempo que faltaba para poder volver a intentar quedarme embarazada, decidí aprovechar para terminar un trabajo atrasado, ir de viaje, salir a pasear y poco a poco sanar aquella herida que me produjo el aborto espontáneo.

No resultó fácil. Lleva su tiempo. Aún hoy, desde la distancia, recuerdo aquellos momentos como muy feos en mi vida. Considero que está bien apoyar a la madre en esos momentos, no hay que decir que no pasa nada, pues sí pasa. Duele. Y el dolor hay que dejar que se vaya sanando, de a poco. No a la fuerza.

Un día, entré en una tienda a comprar unos lienzos, pinturas, hilos y telas para bordar. Abrí el ordenador y seleccioné unos dibujos que me gustaban y me puse a crear. Siempre crear me ayuda a superar los malos momentos. Comencé una época de creación muy fructífera.

Cosí muñecas de fieltro, para mí, para la familia, amigos, para encargos, pinté cuadros para casa y para el mundo. También para un futuro bebé, que sabía que llegaría en algún momento.

Y, pasado el tiempo, mi cuerpo nuevamente acogió otro ser.

Comenzamos el ciclo de revisiones, ecos, amor, miedos, nervios, sensaciones desbordadas, barriga grande, felicidad, caricias a la panza, lagrimones de emoción sin motivo aparente, plenitud, gratitud hacia el mundo, hacia mi cuerpo y a la nueva vida que se formaba dentro.

Pero esto es otra historia.

Después de la pérdida del primer bebé llegó Mario a saciar mis ganas de besos y «tequieros».

Mirena con su hijo en brazos

Comparto un ejercicio para aliviar el dolor de la pérdida involuntaria de un hijo no nacido:
Cada mujer, cada familia lleva este proceso de una manera distinta. Me he encontrado con mujeres a las que no les supuso ninguna pena, aunque la mayoría con las que he compartido la experiencia, han sentido dolor, en intensidades diferentes.

Pese a que algunas personas de tu alrededor puedan banalizar y minimizar el hecho, perder un bebé que habitaba en tus entrañas, puede ser doloroso, si esto sucede, ha de ser puesto en palabras, ha de ser escuchado, llorado y sentido.

Es importante darte un espacio y un tiempo para asimilarlo y dejarlo ir. De manera que lo que permanezca en ti sea un agradecimiento sincero, por haber sido portadora de ese ser y no quedes marcada por el sufrimiento perenne, que te dañará innecesariamente en el tiempo.

1-Cuando hayas reunido las fuerzas para ello, quédate en un lugar a solas, y pide que no te molesten durante un rato largo, mientras te dedicas este tiempo.

2-Coge papel y algo con lo que escribir y redacta una carta al bebé que no llegó. Aquí le cuentas todo lo que quieres que sepa:

Lo mucho que lo querías, las ganas que tenías de verle, el nombre que le habías puesto, si ya le tenías nombre.

Le detallas las ropitas y accesorios que le habías comprado.

Las reformas en la casa, si habías hecho, para acomodarle un lugar propio, de qué color era su habitación.

Los regalos que otras personas te habían hecho para él.

Las ropas que tú te habías comprado para acompañar tu preñez.

Las ecografías que tienes de él, si las tienes.

Las lágrimas y la pena que se amontonaron en tu corazón y en el de toda la familia, al perderle.

Cuéntale TODO.

3-Cuando termines de escribir la carta, le vas a agradecer que haya venido, aunque se haya ido antes de tiempo.

4-Y le vas a decir que le dejas ir, que te quedas con el maravilloso recuerdo de haberlo tenido en tu vida este breve espacio de tiempo.

5-La carta puedes guardarla, en un lugar bonito. Y si eres creyente de alguna religión o pensamiento, puedes orar una oración de agradecimiento y despedida. Si no, simplemente da las gracias desde lo más hondo de tu corazón. Y dejas ir. Es lo que te toca hacer, dejarlo ir. No quedarte pegada al recuerdo, soltar el sufrimiento, de a poco, con el tiempo, cuando te encuentres preparada.

6-Es recomendable que retires de casa todo lo que te recuerde a él, todas las cosas que le habías comprado y te habían regalado. Puedes guardarlas en una maleta y ponerlas en un armario, llevarlas al trastero, acercárselas a tus padres o suegros, o una amiga, para que te las guarde. Si más adelante tienes otro hijo, las recuperas de nuevo y las usas. Si no llegas a tener más hijos, puedes donarlas, para que otra familia se beneficie de ello.

Este no es un acto de olvido o de abandono, es un acto de reconocimiento.

NOTA: Este ejercicio lo puede hacer la otra parte de la pareja, las abuelas y todos los familiares que de una u otra manera sientan la pérdida de una manera profunda.

Comparto aquí una charla que mantuve con Ana Belén Puerta González, donde hablamos sobre el duelo perinatal, esos bebés que se pierden antes de nacer.

Si te apetece puedes dejar algún comentario en el vídeo o suscribirte al canal. Si quieres entrar en mi canal puedes pinchar aquí:  Con las Manos de Mirena

Recuerda que eres un ser humano maravilloso y que mereces ser cada día tu mejor versión. Vive, ríe, goza y experimenta la vida.

Abrazos de corazón.

María José Malleiro Zorzano (Mirena)

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