El viaje de la vida

El itinerario es una hoja en blanco por rellenar, la historia se irá escribiendo conforme vayan sucediéndose minutos, horas, días y años. Múltiples rutas a recorrer en un periodo de tiempo desconocido. No sabes cuánto vas a vivir en el planeta y lo que va a ocurrir en el segundo siguiente.

Naces, comienzas un viaje hacia un mundo desconocido de sensaciones y vivencias, que te llevarán de un lado a otro.

Experiencias inimaginables aguardan a ser descubiertas por ti, variadas son las puertas que se presentarán para que elijas un camino u otro.

Múltiples rutas a recorrer en un periodo de tiempo desconocido. No sabes cuánto vas a vivir en el planeta y lo que va a ocurrir en el segundo siguiente.

El itinerario es una hoja en blanco por rellenar, la historia se irá escribiendo conforme vayan sucediéndose minutos, horas, días y años. Cambios de hojas en el calendario, primavera, verano, otoño e invierno, transforman el paisaje cambiante que te rodea.

Llegas desnudo, despojado de cualquier ropa o cosa. Un cuerpo pequeño, frágil, sin terminar de formar, con cuantiosas aplicaciones por instalar, a lo largo de este viaje, el viaje de la vida.

Avanzas desconectado de una realidad cierta, cada uno fabrica sus verdades. Para unos el verde será azul, para otros será rojo y quizá otros ni siquiera sepan qué son los colores, así que “verde” no será más que una palabra vacía, a la que no le atribuyen significado alguno.

Únicos, irrepetibles e intransferibles, como las tarjetas de crédito. Nadie igual al otro, hasta aquellos que consideras gemelos idénticos muestran sus pequeñas diferencias: un lunar, un remolino en el pelo o un diente torcido, por ejemplo.

Catalogados de infinitud de maneras: altos, bajos, gordos, flacos, feos, guapos, rubios, morenos, listos, tontos, ricos, pobres, viajeros o sedentarios. Nos queremos parecer al de al lado, tiñéndonos el pelo, usando tacones, haciendo dieta o usando ropas que cambien la forma que nos envuelve. Con lo simple que sería aceptarnos tal cual y aprovechar ese tiempo invertido en convertirnos en «el otro», para reír y gozar de lo que ya somos: pura magia y maravilla.

Naces, saltas, aterrizas, entras, apareces, brotas, germinas, emanas a la VIDA.

Vida con mayúsculas, puesto que esto que haces, el vivir, es algo serio. No me refiero a esa seriedad de no reírse y parecer un palo seco sin mostrar emociones, con esta expresión quiero destacar la importancia que tiene aprovechar los momentos del recorrido, sin menospreciar cada bendito hecho que acontezca ante nosotros, pues de ello podrás extraer siempre una enseñanza, por nimia y pequeña que sea. Todo deja un poso de aprendizaje, que, si es escuchado y observado desde el no juicio, desde el amor y la simpleza de un niño, nutre y revitaliza, como el estiércol a las plantas.

La vida es comparable a un viaje. Tal cual. Con sus diferentes medios de transporte. Con sus distintas rutas. Con sus excursiones y visitas a los lugares más emblemáticos del lugar. Con maletas que se van desgastando por el uso continuado.

En ocasiones irás en un amable tren, que permitirá ver los paisajes, podrás levantarte, ir al baño, a la cafetería del último vagón, llevar bastante equipaje, ver una película en la comodidad de tu asiento, dormitar incluso, si te apetece.

Quizá vueles en primera, en un avión que te lleve al otro lado del océano, a una cultura lejana, con servicio de comida a bordo, con un poquito de cava, que alegre y de chispas al recorrido. Vienen los Auxiliares de Vuelo varias veces a ver si tu estado de bienestar es el correcto y perfecto.

Puede que vayas en un autobús, estrecho, encerrado, sentado al lado de un pasajero bien grueso, que te clava el codo en las costillas, se queda «frito» y ronca durante tres horas, hasta que te atreves a chasquear los dientes fuerte, para que abandone ese insistente ruido atronador que perfora tus oídos y tu alma viajera.

También puedes ir en uno de estos coches compartidos, donde te ha tocado en el asiento de al lado una chica que lleva un bebé, que no para de llorar con insistencia, probando tu templanza, que en ese día andaba flojeando. Una hora de lloro después calla la bebita. Borras de tu memoria la culpa incipiente que amenazó con instalarse en tu corazón, por las ganas de estrangularla que te atraparon por un instante. El resto del camino (cinco horas más) lo haces en calma, escuchando música relajante en tu móvil y aprovechando para avanzar unas cuantas páginas del libro que nutre tus días en ese momento.

A ratos pasarás breves espacios en metros, unos llenos de gente que regresa del trabajo, cansada y sudorosa, otros vacíos como la nada que aparece cuando estás deprimido. Metros llenos hasta los topes, donde tu espacio personal será seriamente comprometido. Metros solitarios y misteriosos, donde perderse o permitir que anide el miedo en tus sienes. Sitios donde usarás esa técnica que aprendiste en clase de yoga, una respiración relajante, que te saque del estado de estrés que te provocan estas situaciones y otras parecidas.

Algunas veces, será un lujoso trasatlántico el que proteja tu cuerpo del amplio y majestuoso océano, en un vaivén perfecto, colmando los sentidos con gozo, divinos espectáculos, preciosas vistas y encantadoras comidas, extasiando el tránsito en esos instantes.

Posiblemente habrá días en los que conduzcas apaciblemente tu propio vehículo, acelerando, girando, aparcando y gozando de la suerte de haber aprobado el carnet que te permite manejar esta máquina potente y hermosa, liberadora y versátil.

No me olvido de los medios de transporte más sencillos, como el de andar en bicicleta, ir caminando de un lado a otro a pie, el patinar divertido sobre tres o cuatro ruedas, que te dan soltura y libertad, una libertad muy primaria, la libertad de moverte por ti mismo, desde el impulso básico de tu cuerpo.

Este viaje que emprendes al nacer es un viaje hacia la muerte, única cosa segura a la que vamos abocados todos: altos, bajos, gordos, flacos, feos, guapos, rubios, morenos, listos, tontos, ricos, pobres, viajeros o sedentarios.

Si te amigas de ella, si la tratas como se trata a una compañera de ruta, como a una consejera amable, será más cómodo el camino.

Si te empeñas en escapar, jugando al escondite, con miedo, ella, la sabia muerte, el día que venga a llevarte de regreso a casa, hallará tu cara de asustado y temeroso.

¿Quieres terminar el viaje sin haber disfrutado de las más hermosos amaneceres, excursiones y fiestas?
¿Quieres acabar tus días sumido en la tristeza y en la desdicha de no haberle dicho que le amas, que le perdonas, que le agradeces? ¿Quieres arrepentirte por no vivir más allá de tus cinco sentidos básicos?

O, por el contrario, ¿quieres sentirte completo, por vivir las más estupendas experiencias que hayas podido imaginar y crear?, ¿quieres sentirte libre y ligero?, ¿quieres saber que has amado más allá de los límites conocidos?, ¿quieres…?

¿Qué quieres en tus momentos finales?

Antes de que llegue el momento (que puede ser en cualquier instante, pues es indefinido el día) aprovecha para reflexionar sobre ello.

Una buena manera de hacerse amigo de la muerte, es vivir con todas tus ganas cada momento de la vida, así, llegada la hora, estarás seguro de que lo has dado todo, de que has sido la mejor versión de ti mismo.

Aquí dejo la reflexión de hoy.

Que lleves buen viaje, en este camino que es la vida.

Abrazos de corazón.

María José Malleiro Zorzano (Mirena)

Comparto una canción de Vida.

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