Despiertas, tus compañeros duermen, das media vuelta en tu rincón, estiras los brazos, bostezas, abres las manos, te pones de pie.
Los pelos rozan con el techo, ser un poco más bajo, hubiera permitido dar unos saltos y no se haría tan angosto el mundo. Te adaptas, es lo que hay. No se puede hacer nada para cambiarlo.
En el silencio de tu mente, quedas al servicio de lo que vaya por ella pasando. De pronto, se te ocurre que quizá haya otros lugares donde vivir, otros sitios, con diferentes habitantes,…
Nooooooo…. Retiras de inmediato de ti esa idea. El mundo es este, ya lo han dicho los otros pobladores, no hay más, no vas siquiera a decírselo otra vez, para que no se rían de ti.
Aquello está masificado. Sois once, el número nunca ha variado, que tú recuerdes siempre habéis sido once. A cada uno le corresponde una porción del territorio, con su zona bien delimitada y luego hay un lugar común, que podéis usar indistintamente.
Os conocéis por vuestro número, tú eres Tres3. No sabes quién os puso el nombre. Sueñas con llamarte 225, que bien suena: “dooooscieeenntossssventiciiiinnncoooo”, has propuesto al resto del grupo que sería divertido que cada uno se pusiera el número que más le gustase, pero aquella propuesta cayó en saco roto, sucede igual con todo.
Tú no opinas de nada, no merece la pena, el mundo es como es, no se puede hacer nada para variarlo.
Te has despertado más pronto que el resto. Mueves el cuerpo hacia un lado y el otro, pataleas, ¡qué divertido!, más y más veces. De pronto lanzas una patada que choca contra la pared: ¡pumba!
Menudo porrazo, aiss, ¡le has hecho un roto a la pared! ¡Madremía!, verás cuando se enteren los otros. Intentas colocarlo como estaba antes.
El caso es que de allí, del agujero, sale algo, ves una claridad, desconoces qué es. No comprendes, creías que lo único que existía era el mundo que habitas, junto tus compañeros, pero, ahora que miras, a través del agujero, descubres voces, luces, sonidos nuevos, formas jamás antes avistadas, te pones a agrandarlo, y sacas una mano.
Tu corazón late a mil revoluciones, gritas, vas a la zona común y los despiertas.
-¡Compañeros, mirad lo que acabo de descubrir!, ¡hay vida más allá de este mundo!
Los otros, miran desconcertados, no les gusta que los saques de su sueño reparador y programado, advierten que no molestes más, que siempre das la paliza. Eres insistente, pides que vayan a verlo con sus propios ojos.
Uno1, solicita silencio y tranquilidad, y se acerca a calmar a Siete7, que entró en histeria al sacar media cara por el roto y ver lo que había más allá de su casa.
Nueve9 mira el agujero, hace una mueca, recula, se vuelve y habla:
-“Compañeros, sí, es cierto, hay algo más allá de los muros, yo mismo lo descubrí, hace un tiempo que se rompió un pedazo de mi pared y vi a esas otras gentes. Lo que hay más allá es peligro puro, no se os ocurra mirar, jamás”.
Y agarrando una cinta de embalar, que guardaba en su mochila, cerró el agujero que sin querer habías hecho tú, Tres3.
¡Quedas anonadado!
-“¿Pero qué has heeecho?, quiero salir, explorar y conocer nuevas gentes, nuevos lugares, ¿has visto qué de espacio hay allí fuera? ¿No tenéis ganas de cambiar?”- dices exaltado.
-“¡¡Estás loco!!- dijo Diez10 alterado.
-¡No te atrevas a salir, ni abrir más agujeros!”,- relató Dos2.
-“Seguro que son mala cosa, que roban y nos quieren hacer daño”-, dijo Cuatro4.
Callas, vuelves a tu zona, apoyas la cabeza encima de aquello que acaba de abrir una nueva visión del todo, transformándote por completo y ha removido tu sistema de creencias.
No hay agujero, lo cubre una cinta aislante.
Van pasando los días, las horas se hacen eternas, sientes apatía, depresión, soledad. Tus vecinos no hablan contigo, eres el raro, el loco de ideas extrañas. Cuando miras tus manos, las ves manchadas de cobardía, por no haber salido de lo corriente y marcharte de aquel mundo.
Pero no sales, ¿para qué?, es tu mundo, lo que hay, lo que ha tocado vivir, aquí has de seguir, así ha de ser.
Pasan los años, no recuerdas aquel hecho, lejanísimo en el tiempo. Nunca la pena dejó de invadirte, olvidas el motivo.
Una noche de desvelo, pegado en tu pared, notas que algo sobresale y comienzas a rascar, ¿qué era aquello?
Quitas lo que recubría el agujero de tu antigua patada, y una oleada de sorpresa invade tu cuerpo entero. El corazón dio mil respingos, cuando sacas media cabeza fuera y contemplas lo que había más allá, recordando.
Hiciste un agujero enorme, rascando con tus manos, tirando con fuerza, en el silencio más absoluto, no necesitabas que los otros se despertaran, hacía años que ni siquiera hablabas, ellos no escuchaban y lo poco que decías les provocaba risa.
Asomas la cabeza, había puntos de luz cegadores (farolas), molestaban a tus ojos acostumbrados a la penumbra permanente de tu casa. Sigues, no cesan los movimientos. Abres los ojos y acoges en ti todo lo que había allí, fuera.
Primero la pierna derecha pisó el terreno, luego la izquierda. Era distinto, nada conocido, el color invadía por doquier, hermoso, intenso. Olores dulces llenaban tus pulmones, a cada bocanada de aire.
Entonces al tocarla, al mirarla, comprendiste que aquello que tú llamabas “mundo”, no era más que una gran caja de un material que luego descubriste que se llamaba cartón duro.
Y comenzaste a caminar, un pie delante del otro.
No volviste los ojos ni la cabeza para mirar atrás. Empezaste a correr, a saltar, a reír, a llorar,…
¡Ahhhhh, por fin poder saltar sin que los pelos toquen en el techo!, correr libre, sin una pared que frene.
Gritaste desde lo más hondo del pecho: “¡soy liiiiiibreeeeeeeeeeee!, ¡graaaaaciaaaaaaaaaasssssss!”
Dejando atrás lo que conocías como mundo, para ser libre y descubrir qué había más allá de ti.
¡Bravo valiente!
Habías gritado, corrido, saltado, llorado de emoción y felicidad todo lo que pedía tu cuerpo, y descubriste un enorme montón de luz anaranjada que aparecía al fondo, en el horizonte, que iba ascendiendo de la tierra (el sol). No dejabas de llorar de la emoción.
De pronto se acercaron dos personas, dos ancianos de pelo canoso y amables arrugas, un hombre y una mujer.
-”Hola, somos Manuel y Clara, antes nos llamábamos Cero0 y Cerocero00. ¡Enhorabuena por haber salido, bienvenido al mundo! Acompañaremos tu viaje de adaptarte a la libertad”.
La libertad es un proceso, soltar y abrir un espacio a todo lo que llega, a todo lo que es, a todo lo que eres.
¿Quieres sacar la cabeza más allá de la caja?
Vuela, abre tus alas y vuela.
Abrazos de corazón.
Mirena
Aquí os dejo la canción «Libre» de Nino Bravo
Nota: este texto aparece en mi segundo libro: «Más allá de las manos»