Viernes 21 de un marzo cualquiera.
Me levanto temprano.
Aseo mañanero, ducha rápida y me pongo un chándal viejo para andar por casa, cuando salga a la calle me vestiré más decente.
Abro las ventanas, que comience el aire a circular dentro de la casa.
Recojo el lavavajillas que puse anoche, hago las camas, preparo algunas cosas para ir avanzando la comida que haré al mediodía.
Llamo a Mario.
Organizo desayunos. La mayoría de las cosas las he dejado preparadas del día anterior, no sé si a ti te pasa, a mí me da mucha tranquilidad dejar avanzado lo del desayuno, la ropa que me voy a poner al día siguiente, los papeles o accesorios que voy a necesitar.
Mario no quiere desayunar, se levanta con la hora pegada a la piel, cada día más cerca de la hora de entrada del instituto.
¡Mario!, ¡Mario!, repito, ¡baja que llegas tarde!
En cuanto Mario baja, subo a abrir su «leonera» y ventilo la habitación.
Mientras ellos trastean por la cocina y terminan de ponerse los zapatos, sigo con mis rutinas.
Pongo una lavadora.
Aprovecho para doblar unas cuantas piezas de ropa tendidas en el tendal.
Miro a ver cuánto tengo para planchar.
Bajo para las despedidas.
Fénix, el perro, va rodando de un lugar a otro, observando el estilo frenético que se cuece cada mañana en casa.
Abrazo a mi marido, ¡que tengas buen día!
Me encantan estos abrazos, bueno, me encantan los abrazos en general, cuando quieres a alguien, un abrazo deja un poso que huele a rosas y a naranjas frescas.
Besos de despedida.
Rozo el brazo de Mario, que no quiere demasiados mimos a estas alturas de vida. Le digo con el corazón: ¡que tengas buen día!
Se cierra la puerta.
¡Quéeeee biennn!
Suspiros de alivio.
Inspiro bien fuerte y agradezco este minuto de silencio, donde todo está tranquilo.

Me pongo los zapatos, me cuelgo el bolso, agarro el móvil y las llaves.
Bajo a la calle al perro (el primer paseo).
Subo, lo limpio, le lleno el bol con pienso y un poco de jamón asado, cortado bien fino, que el perro es pequeño, aunque un tragoncete.
Voy a la cocina, coloco todo lo del desayuno en su sitio, lo sucio va al lavavajillas, lo enciendo.
Le doy una vuelta a lo que me hace falta, anoto en una libreta las cosas que hoy traeré en la cesta.
Bien apuntado todo, con el bolso el la mano y las llaves del coche en la otra, agarro con fuerza las bolsas y salgo al rellano.
Miro hacia adentro y le digo a Fénix que cuide de la casa, que yo voy a hacer los recados y volveré pronto.
Espero a que el ascensor “aterrice” en mi piso y entro.
Llego al garaje, abro la puerta que separa el ascensor del sitio donde están aparcados los coches y me acerco al mío, canturreando una canción de Marta Sánchez que me ha venido a la mente.
Subo al vehículo, arranco, agradezco que llego bien a mi destino y el tráfico esté fluido.
Aprieto el botón del portalón, saco el morro del coche y aprieto el botón de la barrera levadiza que hay al fondo del camino.
Madremía, qué de botones y llaves para llegar a la calle.
El día está gris, iba a decir más gris que lo que acostumbra, aunque teniendo en cuenta que vivo en el norte, en Galicia, tampoco es que sea tan raro que el día esté gris. Aunque a base de verlos, podemos distinguir muchas tonalidades de grises y de lluvias.
Hablando de lluvia, amenaza, amenaza que va a llegar y que va a quedarse. Menudo comienzo de primavera.
Me gusta poco conducir con el día tan oscuro y lluvioso, porque no veo bien. Tampoco me gusta demasiado conducir de noche, por el mismo motivo. Creo que me está tocando ir a cambiarme las gafas, me da que han variado las dioptrías de mis ojos.
Bueno, sigo, que me voy por los laureles.
Para esta compra voy a un hipermercado que queda en la entrada de Santiago, así que llego enseguida. La máquina de la entrada me da el tique del aparcamiento, se abre la barrera y encuentro sitio muy cerca de la puerta, cosa que me parece estupenda, porque ha comenzado a llover con ganas.
Salgo con mis bolsas bien dobladas, cojo un carro y lo voy empujando a la entrada.
Hoy no está el chico que suele venir siempre a pedir, hay otro, también lo conozco, a pesar de que no lo veía desde hace meses. Lo saludo. Me devuelve un saludo lleno de dientes muy blancos. Es senegalés y muy amable, me había contado una vez que suele ir a trabajar por campañas a Andalucía, a recoger frutas y verduras y, cuando no está allí, viene a quedarse aquí con otros compatriotas suyos, que tienen alquilado un piso en las afueras.
Siempre les doy algo a los señores que piden, con este chico, que es especialmente amigable, he tenido conversaciones muy interesantes. Es profesor de algo, ya lo siento, no recuerdo ahora la materia que me dijo que impartía allí en su país.
Se me cae el alma, conozco muchos casos de personas que han venido emigradas: abogados, profesores, administrativos, contables,… qué se yo. Atravesando el miedo, siendo recibidos de mala manera en algunos casos, aunque los servicios sociales hacen lo que pueden.
En fin, no es el tema que quiero tratar, pero sí que es algo que me mueve, las injusticias sociales, las desigualdades, el que algunas personas se crean superiores o diferentes porque el otro no tiene su ideología, su piel, su posición económica, su religión, sus estudios, etc.
Acostumbro a tratar a todos por igual.
Me da lo mismo que la persona con la que hable tenga tres carreras, un máster, siete millones en el banco y dirija una empresa importante, o que trabaje apilando cajas en un almacén, tenga mil euros en el banco (o cero euros) y no se haya sacado los estudios mínimos, ni su ropa lleve un logo con algún tipo de marca conocida.
Todo el mundo merece el mismo trato. No siento que nadie sea más importante. Todas las personas igual de importantes. Cada cual realiza su papel en esta gran obra de teatro llamada vida y ningún personaje ha de sentirse discriminado porque su papel sea diferente.
Tengo la oportunidad de relacionarme con toda clase de personas y, al final, todos solemos querer lo mismo: sentirnos bien y que nuestros seres queridos se sientan bien. Este aspecto tiene muchas connotaciones, claro: a los básicos salud, dinero y amor hay que añadirles estar bien emocional y mentalmente.
Considero (a veces sé que solo es una esperanza) que todos tenemos en el corazón un punto de luz al que podemos llamar bondad. En las adversidades, esa bondad aparece, sin que ni siquiera sepamos que la llevamos dentro, y la ayuda espontánea hacia los demás surge por doquier.
Sí, creo que el ser humano es bueno por naturaleza.

Ya me he ido por las ramas otra vez.
Lo dicho, estaba en la tienda, recorriendo cada lineal, viendo qué productos tenía en la lista, metiendo alguna cosilla «ilegal» también en el carro.
¿Tú no metes en tu carro cosas de estas que yo llamo «ilegales»?
Qué sé yo, galletas, chocolates, algún paquete de patatas fritas,…
A mí me pierde la comida, así que cometo alguna que otra ilegalidad más veces de las que desearía.
Aunque, como dice Mario, «mamá toca ponerse en operación biquini», así que habrá que moderarse y comenzar con alimentación más saludable y natural.
El carro a tope, pesa un mundo y he de empujar con fuerza hasta que llego a la línea de cajas.
Me coloco en una donde hay una chica que conozco. Es muy simpática, las dos vivimos en el mismo pueblo. Además, cuando yo era joven vivía en otro pueblo y da la casualidad que esta cajera también vivía allí. Qué cosas tiene la vida.
Coloco todos los productos, dale que dale, pon que pon.
Después de guardar todo en bolsas, me despido amablemente de la cajera y salgo por la puerta.
Empujo el carro corriendo hacia el coche, los goterones empiezan a empapar las bolsas y todo el contenido. El chico que pide limosna en la entrada, viene a socorrerme. Abro el maletero lo más rápido que puedo, él me coloca las cosas y se lleva a guardar el carro en la hilera. Así me evito mojarme más.
Sonrisas de agradecimiento, sabe que es para él la moneda que puse en el carro, en este caso son dos euros. Me gusta ser agradecida y ayudar. La vida siempre ayuda a los que ayudan, lo tengo comprobado. A mí la vida me ayuda mucho, por eso soy agradecida.
Dentro del coche, protegida del viento y de las gotas, me acomodo, inspiro, agradezco que llego bien a casa, arranco y conduzco, sin prisa, sin pausa.
Son casi las once, he de llegar a casa, colocarlo todo y ponerme a hacer la comida, a la una y media pasadas toca llevar al perro otra vez de paseo e ir a recoger a Mario al instituto.
Hoy no voy a dar la clase de relajación, así que tengo toda la mañana «libre» para hacer este tipo de tareas.
Llego a casa, aparco en la plaza de Gabi, la mía está mucho más lejos de la entrada, así me resulta más fácil cargar con las bolsas hasta la entrada del ascensor.
Buuufff, ¡cómo pesan!
Se supone que no debería cargar con mucho peso, desde que me rompí parcialmente el tendón supraespinoso del brazo izquierdo, no puedo hacer esfuerzos muy fuertes con este brazo, pero reconozco que a veces me despisto. Bueno, voy más despacio y consigo llegar con toda la carga al ascensor.
Madremía qué de cosas he comprado.
Han puesto un cartel, al parecer algún vecino ha perdido unas llaves, pide que se las entreguemos si las encontramos.
La verdad es que da mucha rabia cuando se pierden las llaves, las llaves o cualquier otra cosa que te haga falta. A mí una vez me vinieron a traer las llaves a casa, porque la vecina que las encontrón encajadas en el portal, conocía mi llavero.
Qué bueno llevarse bien con los vecinos. No es que sean tus amigos (aunque en algunos casos sí que se hacen amigos íntimos en los rellanos del portal), pero sí que los sientes como parte de tu vida, porque a algunos te los encuentras tantas veces, que es como si perteneciéseis a una especie de extraña familia.
Ten en cuenta que a los vecinos los ves más que a mucha de tu familia, incluso que a tus amigos.
Yo vivo en un tercero y los del tercero somos muy parlanchines, jajajajaja, a veces salgo a tirar la basura y me encuentro con un chico de aquí al lado, con su niña, que está a punto de cumplir tres años y está para comérsela. Ahí nos liamos a darle al pico y a arreglar los problemas de todo el vecindario, del pueblo, de la comarca y del mundo entero.
Sin haber terminado nosotros de arreglar los susodichos problemas mundiales, aparece otra vecina subiendo por las escaleras, saluda y se une al parloteo, bla, bla, bla y requeteblá.
Entonces es cuando se abre el ascensor y sale Manuel, sonriente, a pesar de que lleva más de dos años con operaciones y quimios varias, se une a la cháchara vecinal, no va a ser menos, que aquí cabemos todos.
Hala, a darle a la sin hueso.
Preocupada porque su marido no llega, la chica del tercero del fondo abre la puerta. Nos mira y se ríe. Lo que sospechaba, que estábamos de cotorreo vecinal, su marido, la niña, la otra vecina, Manuel y yo.
Jajajajaja, nos reímos, porque la risa calma y sana y adormece las penumbras de la vida.
Decidimos que es hora de recogerse cada uno a su casa.
Parece que me he ido de nuevo «por los cerros de Úbeda», jejeje.
Estábamos en que había entrado en el ascensor y vi el cartel de unas llaves extraviadas.
Vale, llego a casa, coloco las doscientasmilcuatrocientas cosas que he comprado para toda la semana y parte de la siguiente. Me lleva un buen rato.
Fénix ha venido a la cocina a ver si le he traído algo y le doy una pequeña galletita en forma de hueso que le encanta.
Qué lindos e inteligentes son los perritos, la verdad es que lo queremos un montón, es uno más de la familia.
Todo ordenado, me cambio de ropa, me pongo un mandil y comienzo a preparar la comida.
Salmón al horno, paté de mejillones caseros (que preparo con mejillones al vapor, aceitunas y langostinos), ensalada y, para el postre, tortitas de plátano (con avena, plátano, harina de avena y un poco de leche).
Todo terminado de cocinar, la cocina recogida, el horno aún caliente, pero apagado, miro la hora, aún puedo sentarme diez minutos a descansar, antes de salir a por Mario.
Arfff, ¡qué cansancio!
Me cambio de nuevo, dejo atrás el chándal de andar por casa y cocinar, le pongo el arnés al perro salgo a recoger a Mario al instituto.
Otra vez bajar hasta el garaje, conducir hasta el instituto, aparcar, bajar al perro (ha parado de llover y lo he traído conmigo, así mato dos pájaros de un tiro, recoger a Mario y paseo perruno).
Segunda salida del perro. A no ser que llueva a maaares, baja tres veces a la calle.
Fénix va dejando sus gotas de pis aquí y allá, ningún árbol o esquina puede quedar libre de pis, qué maníiiiiaaaa con marcarlo todo, jolines.
Le mando un mensaje de voz a mi suegra (cada día), para ver cómo les va todo, les mando ánimos y besos. Llamo por teléfono a mi madre (cada día), para ver cómo les va todo, les mando ánimos y besos.
Recojo a Mario. Hoy ha salido con cara amable, al parecer aprobó un examen. Desde hace casi dos años, no sé qué cara me voy a encontrar cuando lo veo salir del instituto. La adolescencia se fue haciendo un hueco en nuestra vida y se ha instalado para quedarse, nos vamos adaptando como podemos, algunos días mejor que otros, lo reconozco.
Llegamos a casa, pongo la comida, comemos, recojo, mientras se seca la cocina miro a ver si tengo algo para planchar y lo plancho,…
Sobre las cuatro y media caigo rendida en el sofá a leer un poco o ver alguna película en la tablet, es hora de descansar.
La tarde se encargará de traerme nuevas historias, trajines de la vida que son los que luego me sirven para contarte entre estas líneas. Esas vivencias las uso para un nuevo artículo, para un nuevo libro, para algún ejercicio o meditación que grabo en los momentos en los que no hay nadie en casa.
Cada día una rutina parecida. Menos martes y jueves que voy a dar las clases de relajación.
Levantarme, limpieza de la casa, comida, recoger la casa, bajar tres veces al perro, recoger a Mario del instituto. Barrer, fregar, planchar, limpiar, doblar, coser,… o lo que surja.
Ir a dar las clases de relajación, escribir, grabar alguna meditación, preparar algún ejercicio de bienestar,… o lo que surja.
Muchas son las veces que las mujeres de mi alrededor me dicen que es una suerte que no trabaje, que pueda quedarme en casa «sin hacer nada«.
Varias de las personas que me lo han dicho tienen a una señora en casa que les viene a realizar las tareas domésticas y les van a llevar y recoger a sus hijos al cole.
El otro día alguien me dijo que soy una «mujer florero».
Me he quedado pensando, ¿será que realmente mi función es adornar, como un jarrón lleno de rosas?
¡¡¡¡¡Jajajajajajajaaa!!!!!
Me parto de risa.
Pues no sé ni cómo se me ocurrió llegar ni a dejar que esa idea se posara en mi mente.
Como ser humano, nadie es un «florero». Como mujer realizo bastantes labores como para no tener que creer semejante tontería.
Además, cada casa se sabe lo suyo. Cada familia se organiza a su manera. Cada persona se gestiona como mejor le conviene.

MUJER FLORERO:
–Según Hoy.com: La frase «mujer florero» es un tópico que se suele emplear con las mujeres que no realizan ninguna labor profesional o fuera de casa, que sólo viven para aparentar y agradar a los hombres y que su vida gira en torno a sí mismas y su disfrute personal. Preocupadas únicamente por su propia persona, estas mujeres suelen tener características comunes, como es el egoísmo, la excentricidad, la banalidad y la voluptuosidad. Sin embargo, en la actualidad, es difícil encontrar una mujer de este tipo.
–Según https://tazastarrosyalgomas.mx/: El término «mujer florero» se utiliza para describir a una mujer que es vista principalmente como un objeto decorativo o un accesorio en lugar de ser valorada por sus habilidades, inteligencia o contribuciones. Esta expresión sugiere que la mujer ocupa un lugar secundario en la sociedad, donde su función principal es embellecer o complementar a los hombres, en lugar de ser reconocida como un individuo con sus propias aspiraciones y logros. ¿Qué significa ser mujer florero? En esencia, implica una reducción de la identidad femenina a un rol superficial y estereotipado. Según El concepto de «mujer florero» tiene raíces profundas en la historia, donde las mujeres a menudo eran relegadas a roles domésticos y decorativos.
NO, no soy una mujer florero.
Ninguna mujer, ningún hombre, ningún ser humano es florero, ni adorno, ni nada.
Todos somos seres extraordinarios, únicos, irrepetibles, maravillosos, dignos de las situaciones, emociones, pensamientos y cosas más bonitas, por el simple hecho de haber nacido, de tener VIDA.
Aquí comparto una meditación, para que conectes contigo y te relajes:
Llevas además unas palabras inspiradoras, que te ayudarán a sentir agradecimiento por la vida:
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No hagas ni caso cuando digan cosas sobre ti con intención de menospreciarte, ningunearte o hacerte sentir mal. Que cada cual se quede con sus neuras, no son tuyas. Rechaza esas palabras, que amablemente se vayan por donde han llegado.
Tú mereces lo mejor.
Quiérete mucho y deja que el amor sea una parte importante de ti.
Permite que los demás seres también te quieran.
Yo estoy en mi proceso de aprender a quererme más, y tú ¿cuánto te quieres?
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano (Mirena)