Llegó la Navidad

Somos como cualquier familia. Con nuestras historias. Con nuestras ilusiones. Con nuestras ganas de vivir. Con nuestras ganas de dejar atrás los miedos, las insatisfacciones, las enfermedades y las penas. Con ganas de sentirnos vivos y plenos, con ganas de querernos mucho.

Llegó la Navidad. Un momento que cada persona celebra de una manera distinta. Cada familia con sus costumbres, cada pueblo con sus tradiciones.

Independientemente de si eres de los que ponen el árbol, el pesebre, “papánoel”, los “reyesmagos”, luces por todas las ventanas de la casa, adornos en el jardín, flores de pascua, velones dorados para la prosperidad.

Sin importar que coloques regalos bajo el árbol el día 25 por la mañana, para que los niños rompan los papeles y rían escandalosamente de felicidad.

O pongas los regalos al lado de los zapatos limpios, el día 6 de enero, para que los niños rompan los papeles y rían escandalosamente de felicidad.

Independientemente de todo lo anterior enumerado, La Navidad, como hoy en día se plantea, es imposible que la pases por alto.

Recuerdo que una vez se habló muchísimo de un escaparate que había puesto una conocida papelería, en La Coruña, que en agosto, había colocado un escaparate de navidad. El escapate era precioso. Con un enorme árbol en el centro, un millón de adornos a su alrededor, muchas guirnaldas, nieve artificial, accesorios de papelería que mostraban formas navideñas y coloridos rojo, verde y dorado por doquier.

Estoy hablando de que esto sucedió hace al menos 30 años, cuando a nadie se le ocurría hacer algo semejante. Una campaña de publicidad impresionante. Allí se agotaron la mayoría de adornos, mucho antes de que llegara diciembre.

Lo que cuento, en aquella época era inusual, aunque estaba anunciando lo que llegaría después. Terminando la campaña de verano, ya ponen todo lo del “jalogüín”, y justo después, todo lo de la navidad.

A veces conviven ambas campañas a un tiempo. Y ves por las calles, pidiendo caramelos en lo del “truco-trato”, a los niños disfrazados de “papánoeles” sanguinolentos, o con algún adorno navideño enrollado en el cuello, para dar miedo.

Sí, un poco de miedo sí que da todo este consumismo, estas prisas, este rápido, rápido. Un nuevo teléfono cada año, pensar en los regalos que vas a comprarle a cada miembro de la familia. Estrujándote la cabeza para ser innovadora, distinta, original, divertida,…

Bajo el árbol (sí, somos de los que ponemos árbol y luces y flor de pascua y un pequeño papánoel que cosí yo hace años), lo dicho, bajo el árbol este año, no habrá mucha imaginación, aunque he procurado acordarme de todos. Un detalle para cada familiar que viene a casa. Y alguna cosita más para Mario. Hasta me he acordado de comprarle unos huesitos a Fénix, el pequeñajo de la casa, que tantas alegrías nos proporciona.

En otras ocasiones, cosía, bordaba, modelaba, pegaba y creaba regalos personalizados, diferentes y originales. Iba de tienda en tienda, seleccionando lo que iría mejor para cada personalidad, descubriendo piezas distintas y bonitas con las que agasajar a cada uno.

Mañana, mi querida familia (os lo digo aquí que no me ve nadie), bajo el árbol habrá las típicas cosas básicas que puedes encontrar en un híper, colonias, pijamas, neceseres de coloridos colores rellenos de geles y cremas hidratantes y, “clarostá”, el Lego de Mario, que lleva hablándome del puñetero Lego más de un mes.

Compré todo al mismo tiempo, menos el Lego, que hubo que pedirlo a Lego y vino de Noruega o Dinamarca o yo qué sé de dónde, ¡¡¡que el viaje que lo trajo hasta mi casa tardó más que la travesía de un trasatlántico que da la vuelta al mundo!!!

Andaba maquinando yo a ver qué le decía al muchacho, cuando se levantara ese día y no estuviera su maraña de piezas para construir un castillo, con foso y tren, que se mueve de veras, empaquetado allí, bajo el árbol blanco (que el nuestro es blanco, no verde).

Mario tiene trece años y de sobra (desde los cinco años) sabe que somos los padres los que ponemos el regalo, aunque no le importa, le encanta abrir paquetes y su Lego por Navidades es sagrado. En Noviembre lo había elegido y encomiaba a que se lo fuéramos comprando, por si luego había saturación y no llegaba. Cosa que casi nos ocurre, que aún anda escondido en el coche de mi marido, porque llegó hace un par de días (buuuuffff, que aliiivio). Así que, en cuanto termine de publicar este artículo, me escabulliré armada de papel de regalo, unas tijeras y celo.

Son las ocho de la mañana, todos duermen, fuera llueve como si no hubiera un mañana para volver a llover. Cualquier vecino que me vea bajar al garaje, en pijama y con todos los accesorios para envolver los regalos en el coche, pensará que estoy como una cabra. Jajajaja.

El resto de regalos los he escondido bien por casa, para que la curiosidad de Mario no los localice, en su rebuscar entre unos lados y otros, a ver si descubre el escondrijo de este año. Pero el Lego, abulta muchíiiiisimo, así que el mejor sitio ha sido el maletero.

Soy de las que goza las navidades. Bueno, algunas de sus partes. Reconozco que me abruma la insistencia de Mario porque todo ande perfecto, por poner las luces un mes antes y preparar la mesa con dos días de antelación o que me saturo con tanta compra y tareas pendientes. Sobre todo este año que ando con la publicación de un nuevo libro entre manos y sumergida en un intenso curso para aprender a crear mis propios cursos.

Me llena de alegría y satisfacción (ais madre, que parezco el rey dando el discurso de navidad), pues eso, me llena de alegría y felicidad ver a mi familia reunida. Poner luces en casa que dan brillo y un toque más romántico a las estancias. Preparar la comida, colocar los dulces en bonitas bandejas, adornar el árbol en familia, poner la mesa, pensar en alguna cosita que les sorprenda.

Aunque lo que con más gusto acojo estos días, es el abrazo que les doy cuando entran a casa.

Mis padres son los primeros que llegan, cargados con bolsas, la maleta para quedarse a dormir, las ilusiones, los nervios del reencuentro, las historias de cómo andaba la carretera, las risas, los besos, el corazón pletórico por lo que nos queremos, el perro que salta desaforado porque ¡mira quién ha veniiidooo!

Ahhh, las distancias, las maletas, los kilómetros de por medio que me separan de ellos, benditos compañeros de mi vida, cuántas lágrimas derramadas.

Llaman de nuevo al timbre, esta vez son mis suegros, la misma situación de besos y abrazos que con mis padres, aunque ellos viven a menos kilómetros y los vemos más. Los quiero mucho. No son sangre de mi sangre, aunque a base de trato, a base de roce, el cariño es muy grande y son tan familia como pueden ser los que llevan mi mismo apellido. El perro está a punto de convertirse en el «perro volador» que le leía a mi niño cuando era pequeñito, porque su rabito no para de girar y girar de lo feliz que es.

De nuevo suena la puerta, a Fénix casi se le acaba el ladrido. Se le escapa una gota de pis de la emoción. Llega el primo de Gabi. Historias repetidas. Achuchones, mochila con la muda y el pijama, bolsas con regalos. Las cosas al piso de arriba, que abajo ya no caben más regalos ni más comida.

Somos como cualquier familia. Con nuestras historias. Con nuestras ilusiones. Con nuestras ganas de vivir. Con nuestras ganas de dejar atrás los miedos, las insatisfacciones, las enfermedades y las penas. Con ganas de sentirnos vivos y plenos, con ganas de querernos mucho.

Llega la hora de sentarse en la mesa, una vela en el centro alumbra con intensidad la estancia.

Han llegado más personas. Ellas no tocan el timbre, no dan dos golpecitos en la puerta para hacerse notar y que les abramos. Ellas llegan a nuestro corazón directamente. Su luz nos ilumina el alma, llena de recuerdos de amor.

Con nosotros están también la tía Marinita, mi pequeña prima Sabela, mis abuelos, los abuelos de Gabriel, los amigos que se fueron antes de tiempo. Todos ellos han llegado, nos acompañarán en cada brindis, en cada bocado de salpicón o de carne asada.

Además de ellos, hoy también nos acompañan las felicitaciones en vídeo del resto de familia y amigos que no andan aquí, llaman unos tíos y los otros, unos primos y los otros, amigos de tierras lejanas,…

Ya estamos todos, la fiesta puede comenzar.

Querido lector, deseo de corazón que estos días sean lo que tú desees que sean. Si has decidido juntarte con la familia, bravo. Si has decidido irte de vacaciones en solitario, bravo. Si has decidido irte con unos amigos a la playa, bravo. Si has decidido meterte bajo la cama y no salir en una semana, bravo. Decidas lo que decidas, de corazón, te envío mi más sincero abrazo.

¡Feliz vida!

¡Feliz Navidad!

María José Malleiro Zorzano (Mirena)

Aquí debajo dejo el acceso a 11 vídeos con rituales y consejitos para estas fechas, puedes verlos o no verlos, como en todo, tú decides.

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