La mamá

"El momento en que nace un niño, es el momento en que nace una madre. Nunca existió antes. La mujer existió, pero la madre nunca". Rajneesh

La primera mamá:

La mamá se levanta, con el cansancio pegado a la piel.

Lleva varios meses sin dormir más de dos horas seguidas. Bosteza. Se incorpora un poco. Mete la mano en su camiseta y la aparta. No se acuerda de cuál le dio la última vez. Espera un poco, nota que el derecho está más lleno, así que lo saca.

No entiende de dónde emerge tanto amor hacia ese bebé redondito y achuchable, porque con el cansancio que la acecha, se le ha puesto un humor de perros. En ella habitan amor y «malaleche» a un mismo tiempo.

Con toda la suavidad que puede, acerca el bebé al pezón. Lo agarra enseguida. Está hecho todo un experto, tres meses ya. Vamos. Mama cada día (y cada noche) como un campeón.

Siente el flujo de la leche a través de los conductos mamarios. El blanco elemento avanza decidido, así ella, la mamá, puede alimentar a ese pequeño retoño que benevolentemente protege entre sus brazos.

Suspira. Desde que se quedó embarazada, hasta hoy, ha llorado de alegría más que nunca. Es un no poder parar de mirarlo, es un no saber, un no entender, cómo se puede sentir tanto amor por algo tan pequeñito.

El «pichoncito» se ha quedado «frito», un reguero de leche resbala por la comisura de su diminuta boca, indicando que está saciado.

Suaaaveeeemente se coloca de nuevo en posición de dormir, el niño en la cama con ella, a su lado, en eso que descubrió que se llama «colechar», porque de tantas veces que se quedaba dormida mientras le daba la teta, decidió que el peque durmiera en la cama de matrimonio. Era un peñazo tener que levantarse a ponerlo en su capazo.

Se entrega en los brazos de «Morfeo», a ver si hay suerte y consigue relajarse y descansar un rato, hasta la nueva «faena».

Su marido, a su lado, ronca como un bendito. Ni se ha enterado de todo el acto, de esta obra de teatro que interpretan cada noche, ella y su pequeño hijito.

Es una valiente mamá.

Mirena con su hijo en brazos

«Cuando se produce un nacimiento, no solo nace una nueva vida, sino que nacen miedos y esperanzas. Nace una Madre y sigue siendo Madre para toda la vida». Nuncio de Magliano

La segunda mamá:

El repiquetear incesante del despertador no para de sonar, alarga la mano y lo apaga. El cansancio se agolpa de pronto en su interior. No quiere levantarse. Con lo cómoda que es su cama.

Alarga la mano y acaricia la cara de su pareja. Lo quiere de veras.

Se encuentra rara esa mañana. Con un no sé qué, que no le deja hacer demasiado, como intranquila, sin motivo aparente.

Sin pensarlo mucho, se mete en la ducha. El líquido acaricia suave cada parte de su piel. El gel huele a rosas, es un aroma suave que la tranquiliza y provoca una calma que le gusta.

Se viste. Ha decidido ponerse un conjunto azul marino, le gusta ese color, le favorece. Está muy morenita, este año ha podido ir a la playa más que otros, pues el tiempo está siendo muy benevolente. La ropa le queda perfecta. Lleva la misma talla que cuando tenía catorce años. Está estupenda. Nadie diría que nació hace casi cuarenta años.

Después de desayunar recogen la cocina. Todo listo. Los dos salen, cada uno a sus respectivas ocupaciones.

La mañana fue interesante, con varias sorpresas, una de ellas muy grande.

Llega al trabajo. Ficha. Saluda. Sonrisas de buenos días.

Una de las ventajas de este trabajo es que son pocas horas. Es en un Centro de Congresos que queda cerca de su casa, llega en cinco minutos en coche, a veces va caminando, dándose un paseo, recorriendo la avenida que separa su casa del Centro.

Otra de las ventajas, es que conoce seres muy diferentes. Dentistas, farmacéuticos, deportistas, abogados, arquitectos, peluqueros, ebanistas, vendedores de aspiradoras, payasos,… Hay congresos de todas las profesiones y de todos los artículos que uno pueda llegar a imaginarse.

Lleva muchos años en este puesto. Antes trabajaba a jornada completa, muchos fines de semana y festivos. Ahora solo va cinco horas, de lunes a viernes. Ha decidido bajar el ritmo.

En este Centro se celebraban congresos prácticamente a diario, solo cerraban en las fiestas más importantes, como navidades, semana santa y el día uno de mayo, día del trabajador.

En la empresa les han traído un nuevo traje, ella es azafata de congresos y cada temporada les dan un uniforme nuevo. Zapatos, medias, pañuelo para el cuello, falda, camisa, chaqueta y un gorro. Le encanta.

Mientras estaban probándose la ropa en el vestuario, se ha desvanecido, ha caído desplomada. Al caer se golpeó con el suelo y se hizo una pequeña brecha en la frente de la cual comenzó a brotar sangre, como si la hubieran intentado asesinar.

Sus compañeras asustadas, la llevaron a urgencias, donde le hicieron todo tipo de pruebas. Cuando llegó al hospital ya estaba consciente, aunque bastante atontada, con una toalla del baño taponando la herida.

Se dejó cuidar por sus amigas. Le dieron un calmante y la pasaron a una sala, donde una chica majísima le curó con sumo cuidado y esmero. Le puso cinco puntos en la frente, mientras le decía que estuviera tranquila, que eran puntos invisibles, que prácticamente no le iba a quedar marca.

Mientras esperaba a que llegara su marido y que le dieran los resultados de las pruebas que le realizaron en urgencias, observó lo efímera que puede ser la vida. Ahora estás bien, luego no. Ahora estás aquí, junto a tus seres adorados y luego no.

En esos momentos de espera incierta, se prometió a sí misma, que iba a vivir más intensamente, que iba a aprovechar más cada instante, que iba a decir más veces «te quiero», «perdona» y «gracias».

Entonces llegó su marido, que la besó suave en la comisura de los labios, mientras acariciaba delicadamente su cabello lleno de sangre seca.

Llamaron por megafonía y le dijeron que pasara a la sala 223. Entraron los dos. Ella iba un poco asustada. Nunca antes se había desmayado. Era la primera vez que le daban puntos y temía que le dijeran que tenía algo feo. La mente algunas veces se pone en el peor de los casos.

Allí, en la sala 223, había un doctor ya mayor, con una barba canosa y aspecto simpático. Comenzó a mirar varios papeles que le habían pasado y, mirándole a los ojos le dijo:

«Señora, está usted estupendamente, no hemos encontrado nada en las pruebas. Lo más seguro es que el desvanecimiento haya sido a causa del embarazo. Túmbese en la camilla, que vamos a ver qué tal va todo con el ecógrafo».

Ella, caminando entre nubes de colores, no dio pasos hacia la camilla, sintió como sus pies no tocaban el suelo, sus pies volaron. El doctor acababa de decir que estaba embarazada. Que estaba embarazada. La ilusión de su vida era la de ser madre. Lo habían intentado de todas las maneras, pero no lo había conseguido.

Mientras deslizaba el ecógrafo, ella y su compañero de vida, miraban embelesados la pantalla, una pantalla donde se mostraba un bebé perfecto. Diminuto. Con sus dos bracitos y dos piececitos. Con su cabeza bien formada, con su pancita, con…

Las lágrimas rodaron, mejilla abajo, de felicidad, de agradecimiento, de gozo.

Según las mediciones que le hizo, estaba de unos tres meses. Por eso estaba ella tan rara. No pensó que estaba embarazada, porque hacía mucho que tenía desajustes en tu período.

Colmados de alegría, salieron del hospital nuestros protagonistas.

Por cierto, tuvieron un niño precioso y saludable.

Ese día, nació una nueva mamá.

«El momento en que nace un niño, es el momento en que nace una madre. Nunca existió antes. La mujer existió, pero la madre nunca». Rajneesh

La tercera mamá:

Mientras plancha el disfraz de indio, que acaba de hacerle a su hijo de cinco años, trajina en su mente, cómo va a conseguir que el arco y las flechas queden más reales.

Ha ido al bosque cercano a por palos. Una vecina le ha dado unas plumas de gallina. Otra le ha dado plumas de otras aves que tiene en el corral. Entre esas y las que va a hacer de fieltro, le llegan para terminar los dos trajes.

Ella no tiene ni idea de coser, pero le hace tanta ilusión, que ha sacado ideas de internet y ha dejado correr su imaginación, para que el día de la fiesta temática del cole, sea un experiencia divertida para su niño.

Es una fiesta que hacen en el cole cada año, a finales de noviembre, sobre un tema que han dado en clase. Este año han sido los indios americanos y su cultura. Es un colegio pequeño, pocas familias, pocos niños.

Terminados los disfraces, se los prueban. El papá también está ilusionado y le pide a ver si le puede hacer un disfraz a él también. Así van los tres juntos disfrazados y les sirve luego para ir en carnavales.

Están la mar de simpáticos. El niño está tan contento que no se lo quiere quitar.

Le pide a la mamá que le deje dormir con él puesto.

Qué cosa más linda. Se queda frito con las plumas en la cabeza. Es tan bonito. Es tan inocente. Ha traído tanta felicidad a la casa.

Lo mira mientras duerme y agradece. Agradece cada sonrisa de esa boca medio desdentada, con incipientes nuevos dientes. Estos días el «ratoncito Pérez» anduvo atareado.

Mientras acaricia su cara, se da cuenta de lo afortunada que es. Lo besa, en el pelo, como tantas otras madres ya no pueden hacer con sus hijos, porque ya no están con ellas.

Su respiración es suave y pausada. Acurrucado en su posición preferida descansa ya entre las nubes del sueño reparador.

Le habla, al oído, sabiendo que a pesar del sueño, su corazón entiende, porque las palabras de amor no necesitan ser escuchadas, sino sentidas.

Lo arropa. Como no pueden hacer aquellas otras madres que los perdieron antes de haber nacido, antes de haber parido. Y se quedaron “huérfanas de hijo”.

Se marcha a la cama, satisfecha por todo lo acontecido en el día. Mañana sucederán nuevas cosas, aventuras distintas, que gestionará de la manera que considere más adecuada. Como siempre.

Es una imaginativa mamá.

“Hay una ternura duradera en el amor de una madre a un hijo que trasciende todos los demás afectos del corazón”. Washington Irving.

Hoy, en España, es el «Día de la Madre». A mí, si me conoces, sabrás que todo esto de los «días de nosécuántosynosequés» me parece un invento de las tiendas para vender. Es importante decir los «tequieros» a nuestros seres cercanos, cada día. NO esperar a que sea un día especial.

Mis padres, pareja, hijo y seres queridos, ya me conocen, les demuestro a mi manera mi amor hacia ellos, independientemente del día que sea.

Aprovechando que hoy es el día que es, he decidido crear este artículo, para agradecer a mi madre todo su amor hacia mí y hacia mi hermano Carlos. Te quiero mamá. Gracias por todo. Perdona los errores que cometo.

Hoy es un día especial en el que voy a agradecer a mi «mamá política» todo lo que hace por mí. Gracias Fina. Te quiero. Perdona los fallos que tengo.

Hoy es un buen día para agradecer a todas las madres que hay en mi familia, entre mis amistades, en mi pueblo, en España, en el mundo entero.

Hoy es un buen día para enviar amor y gratitud a todas aquellas mujeres que, aún queriendo, no han podido convertirse en madres.

Hoy es un buen día para mandar cariños a todas las mamás que por un motivo u otro, han perdido a sus hijos, quedando su ausencia impregnada en la piel, para toda la vida.

Hoy, es un buen día, un muy buen día, para reconocer que yo también soy una mamá valiente, una mamá ingeniosa y comprometida, una mamá que lo hace lo mejor que puede.

Gracias hijo por preñar mi vientre y convertirme en mamá.

Hoy es un buen día para quererme.

Aquí os dejo una meditación para que encontréis un momento de bienestar, que tan bien nos hace a las mamás… y al resto de seres humanos maravillosos que pueblan este bendito planeta.

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Aquí puedes escuchar una parte de este artículo, al que he dado voz.

Abrazos de corazón.

Marijose Malleiro Zorzano

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