La estantería de peluches

Bebé y madre
Acaba de quedarse dormido, tiene once años y le sigue gustando que lo acompañe a la hora de dormirse, con un rato de lectura.

Acaba de quedarse dormido, tiene once años y le sigue gustando que lo acompañe a la hora de dormirse, con un rato de lectura.

Aprovecho este espacio para contarle historias reales, sobre mujeres y hombres; sobre las religiones del mundo; el espacio y los planetas; el cuerpo humano; las plantas; los inventos o cualquier hecho interesante, de los que suceden de vedad, evitando los cuentos edulcorados que venden para niños en tantas librerías.

No quita que a veces (muy pocas) le haya leído o contado alguno de aquellos, como el de los tres cerditos, por ejemplo.

En ocasiones me pide que me invente una historia y ahí que nos enredamos a inventarnos los más variopintos sucesos y estrambóticos personajes. La imaginación es libre y muy poderosa.

Y me quedo aquí, a su lado, observando la estantería de peluches, traídos de tantos viajes, visitas a aeropuertos, museos, exposiciones o tiendas de regalos. El mamut de Londres, el oso perezoso de Costa Rica, la tortuga de Cabo Verde, el delfín de México, la foca de La Coruña, el zorrito de Milán, el pulpo de Santiago, el toro de Sevilla, el tigre de Gran Canaria, el canguro de ya no sé dónde…y así podría seguir un rato enumerando la familia de peluches que adornan su cuarto.

Ilustración Caracol

Lo miro.

Su respiración es suave y pausada. Acurrucado en su posición preferida descansa entre las nubes del sueño reparador.

Me acerco, lo abrazo delicadamente y doy las gracias. Por disfrutarlo en mi vida, por poder achucharlo, por observar sus constantes cambios, su transformación de niño a medio adolescente.

Doy las gracias por las charlas que mantenemos mientras salimos a pasear, y hasta por las enrabietadas discusiones en las cuales también entramos y por los perdones, por parte de uno y otro bando, cuando nos reconciliamos.

Acaricio su cabeza.

Lo beso, en el pelo, como tantas otras madres no pueden hacer con sus hijos, porque ya no están con ellas.

Como no puede hacer mi tía Maribel con su hija Sabela, que se marchó con cinco años, dejando un vacío en el corazón de toda la familia.

Le hablo, al oído, sabiendo que a pesar del sueño, su corazón entiende, porque las palabras de amor no necesitan ser escuchadas, sino sentidas.

Lo arropo.

Como no pueden hacer aquellas otras madres que los perdieron antes de haber nacido, antes de haber parido. Y se quedaron “huérfanas de hijo”.

Ruedan mejilla abajo las lágrimas de agradecimiento, por tanto vivido en este breve espacio de tiempo entre él y yo compartido.   

Bravo por todas las madres, bravo por todos los hijos.

Abrazos desde mi corazón al vuestro.

Mirena 

Ilustración Tortuga
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