La emigración

Te llevas contigo todas las ausencias que vas a padecer en la distancia. Toda tu vida dentro de la maleta, incluidas las noches de luna llena en las que, mirando por la ventana, le contabas tus anhelos a las estrellas.

Revisas tu casa, que no quede nada. Tampoco posees demasiado, así que te resulta fácil armar la pequeña maleta que te vas a llevar.

Lo más desgarrador, es dejar todo atrás.

Tu familia, tu casa, tu pueblo, la cama donde dormías, los amigos, lo cotidiano de cada día.

Te llevas contigo todas las ausencias que vas a padecer en la distancia.

Cada vez que recogías de la huerta los tomates que primorosamente habías plantado.

Y aquellas noches de luna llena en las que, mirando por la ventana, le contabas tus anhelos a las estrellas.

Contigo viajan, en tu pequeña maleta los ladridos de Thor, el perro que te acompañaba cada día a llevar los animales a pastar al campo. Que buen compañero. Protector, fiel y cariñoso.

Aún te duele el abrazo tan fuerte que te dio tu madre, que entre sollozos suplicaba que tuvieras cuidado.

Entre tus manos se han quedado marcados los callos de tu anciano y enfermo padre, que mirándote con sus apagados ojos, relata que regreses pronto, porque no sabe si volverás a verlo con vida.

Acaricias suavemente la cara de tu hijo, que duerme dulcemente entre el regazo de su madre.

La miras a ella, besas su mejilla y le dices «te quiero» en bajo, para no despertar al bebé.

Un desasosiego te apuñala el alma.

Recorres por última vez el corto trecho que te lleva desde la habitación hasta la puerta, la abres y un latido se te marca dentro, es una herida que dejará para siempre una huella.

Te vas, sin saber si volverás.

Le has dicho a ella que cuando encuentres un sitio donde vivir y ahorres un poco, mandarás dinero para que vayan a reunirse contigo. Porque no puedes vivir sin ellos.

Prometes que le escribirás en cuanto llegues, cada semana, cada día, cada hora, si puedes.

La tranquilizas, porque ella no sabe leer, pero Diego, el médico del pueblo, se las va a leer. Que ya lo has acordado así, con él.

Escribirás en un código, y le dirás «que has comido lentejas», para expresarle que la quieres.

Y te vas. Y te vas. Y te vas.

Y tu nombre es Andreas, es Carlos, es Francisco, es Félix, es Manuel, es Adelaido, es Quico, es Enrique, es Javier, es Antonio, es José, es Jiuseppe, es Antón, es Rafael, es Ángel, es José María, es Ricardo, es Tuna, es Luis, es Fernando, es Miguel, es Juan, es Jesús, es Benito, es…

Y tu nombre es Angelina, es Laura, es María, es Josefa, es Dominga, es Quica, es Crisanta, es Rosa, es Manuela, es Dolores, es Margarita, es Marina, es Patricia, es Ana, es Carmen, es Soledad, es Belín, es Hortensia, es Isabel, es…

Es el nombre de todos los emigrantes, de todos los que se fueron. Algunos, al cabo del tiempo, regresaron al hogar del que partieron, de otros no se supo más.

Dedicado a ellos.

Nota 1: Nuestro protagonista reunió el dinero y su familia se juntó con él en poco tiempo. Ella aprendió a leer y escribir, incluso estudió un oficio. Él trabajó con sabiduría y al cabo de diez años regresaron a su casa de partida, donde abrieron una tienda que les dio para vivir bien hasta la jubilación. Después de jubilados asistieron a numerosas fiestas junto a sus hijos y nietos e hicieron fantásticos viajes de vacaciones, para conocer el mundo.

Nota 2: Este texto se lo dedico a toda mi familia, por parte de padre y por parte de madre (y a la familia de mi marido Gabriel), en ambos lados tocó la emigración muy de lleno. Somos gente del norte y del sur, del este y del oeste. Aparecen aquí variados nombres, son los de mis abuelos, bisabuelos, tíos y los hijos de mis primos. Además hay alguno de amigos muy cercanos ya fallecidos.

Con todo mi corazón un abrazo sentido, va por vosotros.

Mirena

Canción para el momento:

«El emigrante» de Juanito Valderrama

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