Hoy no tengo buen día

Quiero quedarme en el sofá, enrollada en una manta de cuadros roja. Quiero quedarme ahí dentro, protegida, donde nadie me moleste, donde nada me importe, donde no ladre el perro, ni mi hijo se queje, ni la lluvia moje, ni haya atasco en el carretera, ni llamen por teléfono para venderme cualquier cosa.

Hoy no tengo un buen día. Llevo con catarro más de una semana. Estoy cansada.

Me he levantado casi a rastras, toso cada dos por tres, me duele el pecho y me han salido agujetas en la zona abdominal, del esfuerzo de toser.

Puse el automático, me levanté, preparé los desayunos, la comida del perro, las meriendas, besos de despedidas, uno al cole, el otro a la oficina.

Me quedo en casa, ducha, me visto, bien abrigadita, hace fío, fuera llueve a mares.

Recojo la cocina, pienso en qué voy a hacer de comer y organizo todo para dejarlo avanzado.

Me pongo ante el ordenador para prepararle la portada a un vídeo que grabé hace poco. Reviso un texto que quiero corregir. Toso.

Miro la hora, he de irme a hacer unas tareas, me armo con botas, chaqueta y paraguas, convenzo a Fénix de que se él se queda, que llueve mucho y es muy pequeño para llevarlo con frío y agua. Salgo.

Compro lo que precisaba y realizo las tareas pendientes. Al final he tenido que hablar con más personas de las que hubiera querido, durante más tiempo del que me hubiera gustado, dado el estado de mi garganta. Bueno, ya está, ya he cumplido con los quehaceres, regreso a casa.

De vuelta, me quito las botas y la chaqueta en la entrada, dejo el paraguas en el paragüero, coloco las cosas en la mesa de la cocina, las guardo, me siento.

Suspiro. Observo un segundo mi estado. Me siento triste por un hecho sucedido en mi vida. Pensaba que lo había superado, pero algo lo activó de nuevo y regresó la pena.

Me da gracia Mario, a veces dice que cómo puede haberle salido una mamá tan llorona y sentida, que llora por todo. Jajaja. Así soy. Creo que soy una de esas personas «altamente sensibles».

Termino de hacer la comida. Me ha costado un mundo hoy, entre el cansancio y la desgana. Salgo para recoger al niño del colegio.

No quiero. De veras que no quiero ir hoy.

Quiero quedarme en el sofá, enrollada en una manta de cuadros roja, con forro de color blanco. Es una manta muy calentita, que compré las navidades pasadas, en un súper de aquí cerca. Quiero quedarme ahí dentro, protegida, donde nadie me moleste, donde nada me importe, donde no ladre el perro, ni mi hijo se queje, ni la lluvia moje, ni haya atasco en el carretera, ni llamen por teléfono para intentar venderme un seguro o bajarme el precio de la luz un céntimo.

Llego al colegio. No sé ni cómo he llegado.

¿No os pasa a vosotros que ponéis el automático y cuando llegáis al sitio, os preguntáis cómo ha sido posible que ya estéis? A mí me pasa a veces. Voy en piloto automático total.

Saco a Fénix del coche, que anda desesperado por olisquear y marcar cada esquina. Veo a Mario, allí al fondo sale, viene con cara de circunstancias. A ver qué me cuenta hoy, porfis… que sea leve, porque no ando pa muchos trotes.

Se acerca, lo beso, me cuenta algo, se queja porque la vida del estudiante es injusta y resulta que se olvidó de una cosa para el examen y sacó solo un nueve y blablablabla…

Fénix tira de la correa, acaba de ver otra esquina interesante, allá que va.

Procuro encontrarle el lado positivo a las cosas, aunque a ratos, no me apetece. La verdad es esa. No me apetece. No me da la gana encontrarle el lado positivo a que mi hijo adolescente sea un egoísta de “miércoles” y me de la bronca porque, después de ir a recogerlo a la salida del colegio, pasee a “su” perro para que haga pis y caca en la calle (y no se los haga por casa).

Le dije que se quedara en el coche cinco minutos, mientras le daba una vuelta pequeña a Fénix, porque en ese preciso instante no llovía. Estamos en época de lluvias y a veces parece que se va a terminar el mundo de tanta agua que cae, así que hay que aprovechar esos momentos de “vamos corriendo ahora, que los nubarrones negros del fondo aún no llegan con la carga, y ya se han apaciguado los chubascos un segundo”.

Mario no quiso quedarse en el coche, aunque tampoco quiso quedarse callado a mi lado, mientras yo encomiaba al can para que se diera prisita y terminara pronto, antes de que el nubarrón negro del fondo, nos atropellara con la lluvia.

Me soltó una ristra de disgustos variados y de desgracias múltiples, que le estaba causando, por “obligarlo” a quedarse aquí, en lugar de ir ya camino de casa. Que si soy una mala madre, que si que valor, que vergüenza debía de darme, que si esto y que si lo otro.

Oye, bien visto, sí que puedo sacarle un punto a lo de andar con un catarrazo de aquí te espero… que no oigo bien del todo. Así que, entre la distancia que iba poniendo de por medio, porque a veces Fénix aceleraba para olisquear un poco más allá, y que no oía bien del todo, me libré de escuchar la mitad de las alegaciones que farfullaba su enfado hormonal de trece años y medio.

Lo del «medio» es interesante, marca la diferencia, de los trece años justos. Que ya es un mayor, vamos. Bueno, mayor para lo que le interesa y pequeño para lo que le conviene. Aissss… qué recuerdos de mi propia adolescencia, que deseaba ser mayor para poder ser libre y hacer lo que me diera la gana. Luego va la vida y te muestra que por ser grande ni eres más libre, ni puedes hacer lo que te de la gana. Jajaja.

En fin peluquín, que hoy he tenido un día regular, eso que no os conté que el perro al entrar a casa vomitó y después llegó lo de que la comida esto y la comida lo otro… y yo que lo único que quería era meterme debajo de la manta roja de cuadros, para curarme del catarro.

Nota:

Sé que esto que me sucede son nimiedades en comparación con las desgracias y problemas serios que sufren otros. Así que siempre me siento agradecida, a pesar de lo que suceda. Más que nada, he decidido escribir este artículo para recordarme a mí misma, la importancia de escucharme cuando me encuentro mal. Lo interesante de observarme y parar un rato.

La vida es un río de subidas y bajadas, un mar de idas y venidas, es preciso comprender que no siempre estarás bien. Escucha lo que sientes, atiende a tu corazón y a tu alma. Descansa cuando lo necesites. Llora si nace de ti. Quiérete mucho. Suelta y libera. Deja ir. Ya llegarán días más alegres, si el día de hoy ha salido chuchurrío.

Abrazos de corazón.

Marijose Malleiro Zorzano (Mirena)

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