El lugar se tornaba cada vez más angosto, durante un largo periodo te encontrabas a tus anchas, aunque hacía días que no podías moverte con soltura. Las pareces que antaño envolvían tu cuerpo comenzaban a aprisionarte.
Lo único que conocías era este sitio, refugio de acontecimientos, amortiguados ruidos, olores, sabores y latidos. Rodeado de un líquido protector y calentito, gloriosas sensaciones aparecían a cada rato.
Al principio fue sencillo y simple, te dejabas llevar, por aquella proliferación y multiplicación de células. Eras el resultado de la unión de unos 30 billones de células de distintos tipos, que constituyen los diferentes tejidos y órganos, como el corazón, los riñones, el hígado, los intestinos, el cerebro, los ojos, la boca, la nariz o el culo.
Un día descubriste manos y pies, los llevabas a tu boca a la mínima. Las manos contienen más huesos y partes móviles que la mayoría de las otras zonas del cuerpo, gestionando desde movimientos delicados hasta acciones que requieren fuerza.
¡Qué divertido resultaba!
Del fondo, lejano, muy lejano, se oían una especie de ecos, algo emitía sonidos, y unas presiones refregaban las pareces que te resguardaban. Estos hechos te hacían sentirte más tranquilo.
A veces tu cuerpo daba como saltitos, en tu pecho sonaba un «hip, hip, hip» que te sacaba de quicio.
Entonces aparecían de nuevo aquellos ecos lejanos y los refregones en las paredes de tu hogar, quedabas de nuevo en calma absoluta y felicidad plena.
Se estaba tan bien, allí metidito, aquello era gloria pura y bendita.
Lo que más de lo más te gustaba era un cable grande y gordote que rondaba por tu casa, te enredabas en él, lo agarrabas con tus manos, lo toqueteabas con los pies, te enrollabas, te desenrollabas, lo chupabas, estirabas, mordisqueabas con tus encías.
No comprendías porqué ahora estaba todo taaan estrecho, querías meterte el dedo en la boca, pero no había manera, oye, con tanta estrechez.
Tu casa se movía de un lado a otro, te gustaba, te ayudaba a dormir. Dormías cuando te apetecía. Qué bendita maravilla sentir la tranquilidad de la protección de esas paredes que te protegían en todo momento. Tu sueño era reparador y armónico.
Un día, de pronto, comenzaste a colocar tu cabeza hacia un lugar, era algo superior a ti. Notabas ganas de colocarte así, hacia abajo, con la cabeza bien encajada.
Cuando aquella embestida sacudió, te pilló desprevenido, estabas dormido, a lo tuyo, escuchando atento los sonidos que se producían en el interior del cuerpo, los latidos del corazón, el recorrer constante de la sangre por tus venas,…
Uis, ¿qué será ésto?
Llegaron más sacudidas, aquello se convirtió en un no parar, que empujaba y empujaba, tuviste ganas de empujar también, pero ¿hacia adónde?, si nada más que existe tu casa, si apenas conoces esas paredes que te envuelven.
Tras muchos empujones y esfuerzo, conseguiste meter la cabeza por un túnel que se abrió ante tu cabeza. Era estrecho, a pesar de ello insististe con ganas, perseveraste en el empeño de pasar. Algo en tu interior te indicaba que era lo correcto, que no tuvieras miedo, que todo estaba bien, que confiaras.
Tiraban suavemente, te acompañaron a salir de tu casa.
¿Cómo me sacan de mi casa? ¡Con lo agustito que estaba dentro!
Una avalancha de sensaciones, a cada cual más extraña, te sobrecargaron sobremanera. Sentías frío, miedo, soledad, la boca llena de un pegote, algo recorrió tu nariz y se metió dentro de los pulmones. Aquello era nuevo, muuuy nuevo, te gustó, querías repetir y repetir. Inspirabas, soltabas el aire, una y otra, una y otra vez.
Un sonido raro se aborbotonó en tu boca, ¡güeeee!, ¡güeeee!, que angustia, yo me quiero volver a mi casa, a pesar de las estrecheces, allí se estaba bien, era mi casa.
De nuevo viene ese ruido ¡güeeee!, ¡güeeee!
Por unos instantes, que parecieron eternos, te manipulaban, te rodeaban luces, tenías frío,.. entonces la oíste, entonces te tocó, un olor familiar se apoderó de ti y recobraste la tranquilidad, te pusieron pegado a ella e inmediatamente lo supiste, estabas en casa, esa era tu casa, antes estabas dentro y ahora fuera.
Tu casa era blandita y olía tan bien, síiii, ¡que bien olía!
Unos brazos grandes te envolvieron y comprendiste al fin que los sonidos lejanos eran su voz, eran la voz de esa otra parte de tu casa.
Ella (tu casa) se movió, acercó un pecho carnoso a tu cara, y habló de nuevo, melosamente, con la voz más bonita del mundo, la que tiene una madre recién parida, que le habla por primera vez a su hijo recién nacido.
¡Eh!, ¿qué era aquello que estaba delante de tu boca?, ¿qué era?, ¡por favor! Entraba algo en el estómago que no sabías ni cómo, ni porqué, pero, pero, pero tú abriste la boca y comenzaste a succionar, y salía de allí un líquido, calentito, que sabía como a nada que conocieras, como a todo lo conocido en tu laaarga vida en casa.
Bueno, bueno, esto es un no parar, cuántas novedades en un sólo día. Parece que lo has aprendido todo. Crees que es hora de volver a meterte dentro de casa y echar una siesta, dormir envuelto entre aquellas paredes protectoras es lo más de lo más.
¡Eh!, ¿y ahora qué?, ¿qué era aquello ahooora?
¿Más novedades?
Esta versión de la casa trae muchas sorpresas. De tu cuerpo comenzó a salir un líquido, calentito, aiiisss, que gustirrinín, qué bien se queda uno después de orinar (que luego te enteraste que aquello era orinar).
Y bueno, la historia llega hasta ti, hasta hoy, aquí, con todos los descubrimientos que has hecho, con todos los que te quedan por hacer.
Eres dueño de seguir sorprendiéndote y seguir admirando lo que te rodea.
¿Qué has descubierto en tu vida?
¿Qué mensajes has recibido de esta versión de «casa»?
¿Cuidas tu cuerpo?
¿Dejas que te sorprenda cada uno de tus días?
Nota: parte de este texto se ha extraído de mi libro: «De regreso a casa», puedes encontrarlo aquí o en Amazon.
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano (Mirena)
Te comparto una canción en dos versiones: