Son muchos los terapeutas que hablan de la necesidad de escuchar y sanar al “niño interior”.
Es importante reconocer nuestras emociones internas, esas que vienen de lejos. Acoger aquellos miedos, dolores y traumas que sufrimos cuando éramos niños, es un trabajo interno y poderoso.
Si estos miedos, dolores y traumas no fueron atendidos con el cariño que precisaban, seguirán en nosotros. Surgirán cada vez que aparezca un disgusto, cuando el cansancio llame a la puerta, en los momentos de tensión física, mental o emocional.
Siguen latentes en nuestro recuerdo, nos perseguirán, hasta que les demos voz y voto en nuestra vida. Hasta que encendamos una luz que los alumbre, para que puedan ser atendidos como ellos merecen.
Esta sociedad de la prisa, del tener, de lo rápido, del cambio continuo y constante movimiento, a veces se vuelve inconsciente de los sentimientos, de las rotos que portamos en el corazón.
Cada uno lleva sus heridas internas de la niñez, que ha ido acumulando a las que acontecieron en la adolescencia, en la juventud, en la adultez, en la vejez (si ha llegado a ella).
Estas heridas suelen darnos miedo, así que las escondemos debajo de la alfombra. Las negamos, las tapamos con capas y capas de “todo va bien” y “no pasa nada”.
Muchas veces no sabemos que existen, no recordamos que aquel castigo o aquella riña de nuestra madre, se nos había quedado clavado en la profundidad del ser. Olvidamos por completo el grito que una prima nos dio porque quería nuestra muñeca, o la torta que nos dio nuestro padre por ensuciarnos la ropa nueva.
Va llenándose el “saco de las penas”, un grito, una torta, un insulto de un compañero del colegio, una burla de tu amiguita porque no le gusta tu dibujo, ahora es el abuelo el que te riñe o el profesor de matemáticas que recuerda que dos por tres es seis, levantando la voz. Eterna puede ser la lista de agravios que has ido amontonando.
La mayoría de cosas que almacenas dentro de este “saco” son sencillas, aunque a veces pueden sucederte hechos más difíciles de digerir. Los padres y el resto de familiares, lo hacen de la mejor manera que pueden. El asunto es que tú, al ser un pequeño ser indefenso, un grito o una riña, puedes sentirlo como el mayor de los agravios.
Eso se queda enquistado, porque no has comprendido que a lo mejor ese día tu madre llevaba mucha carga acumulada en su “saco de las penas” (las madres y los padres también tienen uno) y al ver tu vestido manchado, te dio un grito.
Algunas personas llevan un niño interior muy herido, precisan pasar por un especialista preparado que los acompañe a sanar esos problemas. Hay casos de abusos importantes, de maltrato extremo o de pérdidas de los familiares cercanos, por ejemplo, que llenarán varios “sacos de la pena”.
Escuchar a este “niño interior” del que hablo, lleva tiempo. A veces puedes darte cuenta de que estás triste y paras, escuchas a tu corazón, de pronto viene a ti una escena de cuando eras pequeña y comprendes. Entonces le hablas a esa parte pequeña tuya, le dices que la quieres, acaricias tu cara, abarcas con tus brazos tu tronco, como para darte un abrazo a ti, dejas que las emociones surjan y permites que el amor entre en tu vida un ratito. El amor y la compasión hacia ti.
Cada uno tiene su historia de la niñez, una pieza que no termina de encajar, algo que perturba su calma internamente, algo escondido y oculto entre las paredes del miedo, reprimido, jugando al escondite del olvido.
Esa preciosa parte infantil tuya, necesita ser sanada, acogida, valorada, querida y cuidada. Ahora, hoy, es un buen momento para ello, desde tu parte adulta. Ya eres grande, dispones de más recursos para superar los baches, atravesar las emociones de mejor manera y solucionar los posibles problemas que puedan surgir.
La niña que viaja conmigo tiene ganas de reírse, por eso se niega a ver las noticias de desgracias que dan por la tele o a las películas de violencia, y cierra los ojos cuando hay tiros o se pegan en la pantalla de cine o televisión.
A la niña que albergo dentro le molestan los ruidos estridentes y de nunca le ha gustado estar en montones donde hay mucho gentío, la aturullan, le descentran.
La niña que llevo dentro quiere que me haga caso y, a veces monta un pataleta, cuando entro en incoherencia, y digo sí, en vez de no, y no en vez de sí.
Esta niña, mi niña, me habla sobre el perdón, el dejar ir, que no me aferre a las ideas rancias y viejas, a lo obsoleto; todo va y viene, nace y muere, se expande y de nuevo se contrae, en un ciclo sin fin, y nada será nunca malo para siempre. Por ello la indulgencia hacia mí y el resto de seres, tiene tal importancia y transcendencia.
La niña que viaja conmigo dice que me he olvidado, de jugar, de dar saltos de alegría cuando suceden los milagros y que ahora soy mucho más comedida, más escondida en aquello que he de ser y no en lo que debe ser, en lo real, en lo que es.
Lleva mi niña muchas heridas, muchos descuidos y olvidos, enganchados, adheridos a su ADN.
Ella aparece detrás de todos los niños que me encuentro por la calle, en mi hijo, detrás de cada suspiro que lanzo al aire y no es dirigido hacia nadie, en cada rabieta interna, que disimulo, cuando en vez de reír la gracia del que está delante, hubiera querido decirle que no, que lo que dice no va conmigo, y porque no sé actuar en este momento de otra manera, le estoy riendo eso que ni siquiera soporto.
Se ha cansado de enviarme mensajes para ver si de una vez por todas me quedo un ratito quieta, la escucho y junto a ella, vuelvo a jugar en los charcos con las botas de agua y me empapo de vida.
Querida niña, estás en mi corazón, sé quién eres, me comprometo contigo a escucharme, a escucharte.
Comparto contigo un ejercicio:
Consigue una foto de cuando eras niño, si no la tienes, encuentra en una revista o a través de inernet, una fotografía de un niño que te recuerde a ti de niño.
¿Ya la tienes? Pues ahora consigue unas hojas para escribir y ve a una lugar tranquilo, donde no te molesten. Pon todo en una mesa y acomódate frente a las hojas y la fotografía.
Mírate, eres tú de niño. Fíjate ¿Qué te hace sentir? ¿Qué recuerdos trae? Escucha a tu corazón. ¿Qué anhelos tenías? ¿Has hecho caso de lo que soñabas de pequeño? ¿Has sido fiel contigo mismo?
Contempla la inocencia, eres tú. Puedes hablarte, perdonarte, reír de gozo. Comunícate contigo mismo, en tu parte niño.
Luego escribe a tu niño. Dile lo que sientes, los recuerdos, lo que te gustaba hacer, o no hacer. La rabia que le tenías a un profe,..
Recuerda los sueños, que se quedaron en el olvido; las promesas que hiciste, las ideas locas; lo que decías que jamás harías de grande y revisa si ahora lo estás cumpliendo o has caído.
Investiga en ti todas las personas a las que querías, si se lo llegaste a decir, o callaste. Escribe.
Cuando hayas vaciado tu alma en la carta, concluye con tu firma, lee lo escrito, puedes guardarla en un lugar bonito si te apetece. Si quieres puedes enviártela y gozar de su lectura cuando te llegue a casa.
Después de este acto de escucha a tu parte más infantil, quédate contigo. Cierra los ojos, haz una inspiración profunda, sintiendo que llenas tus pulmones de bienestar, y al soltar el aire tu cuerpo entero se llena de ese bienestar, que expandes a tu alrededor. Quédate en silencio unos minutos.
Regresa al presente y Agradece.
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano (Mirena)