Hay ocasiones en las cuales paras, tomas aliento, observas la maraña de sucesos y secuencias que acontecen a tu alrededor y decides apartarte un instante. Y así, en la quietud y el silencio, recobrar esa fortaleza que se achicó a base uso.
Puede que la parada no traiga energía inmensa, ni una fuerza «sansoniana». Lo que seguro que hace es acercarte un poco a ti, a esas partes descuidadas, silenciadas y en desuso que acallas, tras el velo de «Todo está bien».
Como dice J. Pamiés : «Todos tenemos la misma sabiduría dentro, sólo hay que escucharla. Todos somos maestros y necesitamos a los otros para darnos cuenta de ello».
Creo que hay momentos en los cuales solapamos nuestro saber interno bajo capas de menosprecio, nos cuesta apreciar las valías propias y las ajenas.
Por eso tan bien nos viene parar, entrar en la quietud maravillosa que uno atesora dentro.
Es necesario que veamos la vida de otra manera:
-Reducir las revoluciones de nuestro motor interno.
-Olvidarnos de lo que piensan los demás de nosotros.
-Prestar atención a lo que necesitamos, sentimos y dolemos.
-Dejar atrás el juicio, soltar y liberar esa maleta.
-Darnos cuenta de que a pesar del miedo que tenemos a la mirada externa, los otros están también ocupados con sus problemas.
-Rechazar la búsqueda incesante de la perfección, dejar de esperar el permiso de otros para caminar, vivir, respirar, ser.
-Abrazar cada una de las acciones que consideramos fallos y sentir benevolencia por nuestros errores.
-Acallar la mente para escuchar el cuerpo.
-Parar, recobrar espacio.
Somos, independientemente de lo que los otros nos digan u opinen.
La belleza de la calma está en el corazón del observador. Encuentra lo hermoso que hay en cada uno de los descansos que te permites, en cada uno de los minutos que le regalas a la escucha, a la meditación, a la relajación o a las técnicas que uses para rebajar el incesante latido alocado de la prisa y el hacer corriendo.
Lo hermoso del silencio se esconde tras lo común y corriente de lo cotidiano.
Nada permanece, ni lo que consideras bueno o lo que llamas malo, todo se diluye y desdibuja con el tiempo, todo pasa.
Cada día que comienzas es el principio, otra vez el inicio.
Aquí, ahora, todo es un comienzo y un fin en sí mismo, pues todo lo que tiene un inicio, tiene un fin. Nada permanece, ni tan siquiera la más alocada de las tormentas se quedará para siempre, tras el torbellino de viento, lluvia, rayos y truenos, llegará la calma, cubriendo con su manto de silencio aquello que toque.
Aprovecha la vida, pasa volando.
Acércate al silencio, deja que la quietud invada suave y amorosa tu vida, a ratos, para renovarte.
Confía en la vida.
Para a observarte.
Abandónate a la quietud del silencio. El silencio siempre sabe las respuestas que andan rondando por la mente del que observa.
Ten Fe (si quieres) en un ser supremo que te acompaña y te guía, en la mayor benevolencia que en tu mente tenga cabida.
Ábrete a las sensaciones de calma y bienestar que provoca el sentirse con seguridad, en la tranquilidad de que hay algo mayor que te protege y te cuida, que te acuna en su saber.
Como decía F. C. MacClella: «Confía en ti mismo. Crea el tipo de vida que te gustaría vivir a lo largo de tu vida».
Ten Fe en que el sendero está plagado de ideas originales y almas bondadosas, con las cuales compartir ortos y ocasos, arcoíris, gotas de lluvia, arropados bajo un paraguas transparente que permite observar las estrellas, en el cielo, inconmensurable y enigmático.
Hay ocasiones en las cuales paras, tomas aliento, observas la maraña de sucesos y secuencias que acontecen a tu alrededor y decides apartarte un instante.
Yo, el 14 de mayo (día de mi cumpleaños), me fui a Islandia para sentir el viento en mi cara, la nieve en mis manos, la pradera y la inmensidad ante mí.
En este viaje hallé la calma en el movimiento. Nos dimos la vuelta al país y, aún sin parar de movernos, hallé el gozo de sentir la calma en cada átomo del paisaje, en cada vuelta que la rueda del coche de alquiler rodaba en el asfalto.
Cuando estaba frente al glaciar, recuerdo que la sensación de gozo y bienestar era tan inmensa, que pasó por mi mente el pensamiento de que si me moría en ese momento, mi vida ya habría tenido un sentido, por todo lo experimentado, por tanto agradecimiento y amor recibido.
Esa magia que desprende la naturaleza que lo abarca todo, te acerca a ti, te ayuda a comprender. Te acerca un poco más allá de lo que puedes ver con los ojos abiertos.
La grandeza de esos prados inmensos, poblados de ovejas y caballos, observar más allá de los kilómetros, aquello que la vista abarca, sin hallar el final. Allí todo era inmenso, hasta la calma.
Al llegar a nuestro refugio, cada día uno distinto, sumergidos bajo el nórdico, bien calentitos, parábamos, dejábamos de lado las emociones de la caminata y de los estímulos visuales que habíamos recibido y nos entregábamos a los brazos del bienestar.
Ahí, observando el sueño que nos va acunando, todo es calma, gozo profundo por lo vivido, agradecimiento.
Ahí, la quietud interna cobra presencia.
Me he traído un millón de miles de millones de calma y quietud de allí, con esas distancias tan grandes sin casas ni personas y esos espacios inmensos, tan vacíos, todo ello ha calado profundo en mí.
Esta temporada he invertido mucho en hacer y hacer, en compartir, en dar. Ahora me apetece parar, poner el cartel de «cerrado» o el de «hoy no atiende nadie».
Quiero comenzar a cuidarme más y a prestar más atención a lo que me sucede. Me lo merezco.
Tú también mereces acariciar la calma y quererte mucho.
Aquí dejo una meditación que acabo de crear para calmar la mente. Si te apetece puedes dejar algún comentario en el vídeo o suscribirte al canal. Si quieres entrar en mi canal puedes pinchar aquí: Con las Manos de Mirena
Gracias por estar al otro lado de estas divagaciones mías.
Que seas capaz de parar y acercarte a tu quietud interna.
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano