Tu herida es profunda, no para de sangrar, no sabes cuándo dejará de hacerlo.
Vas a escuchar y prestarle atención, que broten las gotas de sangre que la encharcan. Quizá si la cuidas y la mimas, deje de doler tan hondo, como ahora lo hace.
Caminas con lo justo, respiras la energía mínima que se requiere, para que cuerpo y mente funcionen. Agradeces a cada rato, que alcancen las fuerzas para seguir, un día, otro día más.
Estás muy cansada, no sabes si vas a poder. A veces lloras, sollozos y suspiros son parte de ti, aparecen a cada rato. En el pecho, una punzada anuncia que sigue abierta. Campanas y trompetas presagian su regreso.
Desconoces cuándo se cerrará, sabes que esta vez quedará una cicatriz más profunda que las anteriores. Ha sido horadar lo ya marcado, por eso duele más, es un dolor manido y viciado. Comprendes que irá curando, con caricias y besos, con el tiempo, con amor y cuidado.
Envuelves tu dolor en una crisálida, transparente, protectora, fuerte. Generas una coraza para dar espacio a las lágrimas, que caen hacia dentro, encharcando corazón y alma.
Vistes de rosa, para que nadie sepa, para que ese dolor que pulsa por salir nadie lo vea, ni tú misma eres capaz de mirarte. Eres incoherente, traicionas la más básica de las normas no escritas: amarte de una manera incondicional, sincera y, cargada con esa energía de amor, compartir tu vida con el resto de seres sintientes.
Encuentras fuerzas donde no recordabas que existiera. Usas esa energía, que no sabes cuánto durará, avanzas, muestras tu ser al mundo, un mundo en ocasiones hostil, con los que son distintos, con los que lo pasan mal, con los que sufren.
Tú, tú no puedes pertenecer a ese grupo. Pintas tu sonrisa con el mejor carmín y alumbras los ojos con la paleta de colores más alegres que hallas en el cajón del baño, ese que acoge los pocos “aperos” de belleza que usas.
Duele, duele tanto que desgarra por dentro los sentidos. Sabes que andas mal física, emocional, mental y espiritualmente.
Entras al baño, abres la ventana y miras al cielo. Agradeces poder ver el cielo azul desde una ventana, observas el bosque, las nubes, la gente a lo lejos. Y ahí, desde esa bendita ventana, pides al Universo que te guíe, que te ayude, que te muestre la respuesta que necesitas, para seguir, para superar, otro día más, este día que se presenta por delante.
Borras de tus mejillas las lágrimas, acaricias con amor los ojos vidriosos, dejas posada un instante tu mano en el suave rostro, marcado por las arrugas de los años y de la experiencia.
Situada frente al espejo, inspiras, llenando los pulmones de aire reparador y fresco, ese aire que por momentos falla, cuando recuerdas la herida.
Miras con ternura tu rostro, bonito, amable, triste.
Decides que encontrarás las ganas de vivir, quedan muchas historias por protagonizar, muchos países, gentes y culturas por conocer, muchos besos y abrazos que dar y recibir, muchas lunas, cielos y soles que observar con admiración, muchas risas y lágrimas de felicidad y plenitud que expresar, muchas partidas de divertidos juegos que ganar.
Decides apostar por ti, eres un tesoro, no precisas que nadie lo diga, lo sabes, lo sientes. Esa vocecita, que acompaña desde el corazón, lo susurra al alma constantemente (cuando acallas la pena que produce la herida).
Todos somos el más valioso de los tesoros y merecemos lo mejor. Hemos de creerlo, abrirnos a la magia de la vida y a los comienzos nuevos.
Comparto un ejercicio:
a)Durante una semana anota en una hoja, lo que te daña, lo que te sangra (físicamente o en el alma). Describe de la manera más detallada lo que sucede en tu interior, el daño que provoca, la pena o la rabia que te atrapan.
b)Lee en voz baja primero lo que has escrito, luego lee en voz alta y descubre qué te hace sentir todo ello. Escuchar tu voz y prestar atención a tus heridas, ayudará a comenzar a sanar, además servirá para dar un pequeño paso hacia la curación.
c)Terminado el ejercicio anterior, permítete un rato de silencio, para observar y soltar lo anotado en la hoja. Inspira y al soltar el aire, deja que se marche el dolor. Inspira de nuevo, permite que con la inhalación entre en ti calma y alegría. Ponle atención a aquello que callas y araña tus entrañas.
Llevamos heridas, físicas o emocionales.
¿Qué es lo que te duele a ti?
Préstale atención, acoge tus heridas con amor y luego, de a poco, con tacto y suavidad, cuando estés preparado, deja ir, suelta y libera.
NOTA: parte de este texto ha sido extraído de mi libro: «Más allá de las manos».
Esta temporada, varias personas me han comentado dolores y penas que transitan por su vida. Algunos dolores eran viejos, otros nuevos. Juntando todo ello a los dolores y heridas que en mí encuentro, he creado este texto, para dedicártelo a ti que sufres o has sufrido en algún momento.
No sé si lo digo lo suficiente, pero es importante que sepas que te quiero, aunque no te conozca, lo sé, lo siento.
Gracias por leerme, gracias por convertirte en mí, cada vez que pronuncias una de mis palabras.
Abrazos de corazón
María José Malleiro Zorzano (Mirena)