El final del verano

"El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste. Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida. Y lo perdimos para siempre". Ángel González

He salido a pasear a Fénix. Quizá sea él el que me pasea a mí, si no lo tuviera no habría salido a las ocho y cuarto de la mañana a dar una vuelta. Así que sí, es él el que me pasea, cada mañana.

Una rutina que hemos comenzado de nuevo. Levantarnos temprano, Gabriel acerca a Mario al colegio, de paso que va a la oficina, yo bajo con ellos, besos de «hasta luego, que tu día sea bueno», recorrido por la zona cercana, vuelta a casa, sentarme ante el ordenador para preparar un nuevo artículo, un nuevo libro, el próximo vídeo, revisar el curso que anda entre mis manos, preparar luego la comida, organizar un poco por casa, ir a recoger al niño al cole,…

Cada día, mi camino.

El final del verano está más cerca que nunca. He de tomar perspectiva para afrontarlo con un poco de filosofía y evitar la depresión pre-otoñal, de la que tantos hablan.

Esta es época de nuevos propósitos, de nuevos comienzos, de hacer listas que engloben lo que quiero mejorar en mi vida, lo que de veras veo bueno incorporar en mí. Es un buen momento para considerar qué no sirve, qué debo dejar ir, qué necesita marchitarse y servir de abono a lo nuevo que crecerá en primavera.

Septiembre, marca el cambio de curso escolar en esta zona donde vivo, nuevos profesores, nuevos compañeros de clase, nuevas materias, nuevas rutas escolares incluso.

Representa la transición hacia el otoño transformador, el fin de las vacaciones para bastantes trabajadores, es hora de recoger las cosechas, los días se van volviendo más oscuros y cortos, prestando sus horas de luz a la noche, que va acaparando, con su negrura, espacio en el calendario.

Al comenzar el trabajo o el colegio, bastantes son los que dijeron adiós a amigos y familiares. Dejando atrás las aventuras del pueblo, del camping, del hotel o de la zona donde se veraneó. Llegando las despedidas y los lloros. Una estampa repetida año tras año.

De pronto brotan en mi memoria aquellos momentos de despedida. Toca regresar a casa, en un viaje preñado vivencias divertidas, al tiempo que de lágrimas y pena.

En el pueblo quedan impregnadas, entre sus casas blancas como la nieve, las risas de subir al castillo de noche con linternas, contando los pasos, para no caer por los huecos; las aguadillas que me hacían en “el charco el molino”, a dónde acudía alguna tarde para calmar el calor; los juegos infantiles y correteos nocturnos en la puerta del ayuntamiento; las confidencias con mis primas y amigos; la felicidad y la libertad que proporcionaba saber que los seres que más quería andaban por allí cerca: mis padres, mi hermano Carlos, mis abuelos, mis primas, mis tíos, mis amigos.

El único consuelo era saber que el verano siguiente los vería de nuevo. Entonces, imaginando un calendario en mi mente, comenzaba a calcular los días que faltaban para el reencuentro.

Lloraba, mis lágrimas eran silenciosas, decían que era grande, que con diez años era una “mocita”, no tocaba llorar por dejar de ver a mi prima “Maricarmen” o por marcharme del pueblo, que ya llegaba.

No encontraba consuelo, no sabía cómo podía dejar de sentir ese dolor tan hondo, que atravesaba mi corazón como una daga afilada, desgarrando la poca felicidad que pude juntar en mis diez años de vida.

Descubrí cómo llorar sin que las lágrimas se vieran, las nuevas eran secas, no mojaban la cara, encharcaban el alma. El dolor, quizá no se viera, aunque era más intenso que antes.

Han pasado cuarenta años, acabo de descubrir que el dolor sigue en mi recuerdo, mostrándome otra parte vulnerable de mi herida, que he de sanar y tratar con amor, cariño y cuidado, para que poco a poco vaya desapareciendo.

El otoño que se acerca, es una época preñada de tesoros, como los tonos terrosos que salpican por doquier los campos de pueblos y ciudades, indicadores de que es hora de soltar.

Me abro a lo nuevo venidero.

Los árboles dejan de recibir «sangre» en sus hojas, que caen, desprendiéndose de lo que ya no sirve, para nutrir con más fuerza sus raíces, asiéndose a la vida con fuerza, horadando la negrura de la tierra bendita que los sostiene.

Comienzan los días a ser un poco locos, hoy llueve, mañana las nubes desaparecen y el sol calienta con el máximo brío, el armario es un mezcladillo de ropas de verano y entretiempo.

Ronda un no sé qué en mi pecho, es como que quiero sentir melancolía, que no hay ganas de nada en mí, si pudiera sentarme, acurrucadita en el sofá, pasaría así el día, viendo alguna peli tristona, comiendo unas cuantas pipas y algún dulce.

Las hojas secas comienzan a poblar el suelo del paseo fluvial de al lado de casa, cubriendo, con un mágico manto, la tierra que piso. Anuncian recogimiento, un recogimiento no tan lejano, que nos irá preparando para la oscuridad del invierno silencioso y profundo.

La ventana de mi derecha, muestra una película gris, llena de sombras, alguna gota despistada cae sobre el cristal inclinado. Siento eso que aquí en Galicia llaman «morriña», el caso es que no sé de qué. Quizá sea de aquellos días alegres que pasé, de niña, en Nogales, el pueblo de mi madre, donde corría y jugueteaba feliz, enredada entre risas, rodajas de fresca sandía y amor de familia. Aquellos días que no volverán, a no ser que los traiga a mi memoria.

Caminamos hacia el solsticio de otoño**.

Las castañas andan apresurándose para llenar bien los erizos que las envuelven, los castaños se visten esta temporada de gala, pronto se harán fiestas en su honor, asando su fruto en primorosas hogueras.

Ummm, me encantan las castañas asadas, ¿a ti no te huele?, ¿no hueles su aroma dulce?, ¿no sientes el crepitar de las llamas y el calorcito de la hoguera, que aguarda el fruto para tostarlo? A mí se me hace la boca agua de recordarlo.

El final del verano llegó, es hora de encontrar hueco a lo que nos trae el otoño, con sabiduría, sabrá acercarnos los vientos más favorables.

Me abro al cambio, bienvenido otoño, que sea lo que tenga que ser.

Canción del Dúo Dinámico

Solsticio de otoño**: Un solsticio es cuando el sol alcanza su mayor distancia hacia el norte o el sur, mientras que un equinoccio es el momento en el que el Sol forma un eje perpendicular con el ecuador terrestre.

Abrazos de corazón.

María José Malleiro Zorzano (Mirena)

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