El día gris

"La vida es el fuego que arde y el Sol que da luz. La vida es el viento y la lluvia y el trueno en el cielo. La vida es materia y es la tierra, lo que es y lo que no es". Séneca

El día es gris.

Llueve a mares, es el típico día de sofá y manta, perfecto para ver una película, poner alguna serie de las que pululan por las múltiples plataformas o leer un libro de los que habitan en una estantería de casa.

Son las siete de la tarde y está oscuro de veras.

En la calle no se ve nada desde hace un rato. El sol anda recogido, envuelto en la bufanda que se pone en invierno (así es como me lo imagino yo) y la luna anda tumbada entre las múltiples nubes que cubren el cielo. No hay luz de ninguna clase, bueno sí, la que aportan las farolas y los coches que pasan por la carretera.

El viento arrecia con ganas. El golpeteo de las gotas de agua en los cristales es incesante y continuo, como la insistencia de mi hijo cada vez que quiere convencerme de que le compre alguna cosa o que le de permiso para salir hasta más tarde.

A mí ahora no me apetece hacer nada. Solo meterme debajo de una mantita y dejar que la seguridad de mi casa me proteja y me envuelva. Que fuera llueva lo que quiera.

Saberme aquí, rodeada de los míos, me reconforta de una manera especial.

El día es gris.

Es el típico día en el cual puede invadirte la tristeza o la apatía.

Hay muchas clases de tristeza con sus diferentes tonalidades y grises:

-En estos momentos vienen a mi mente las personas que no tienen hogar, los «sintecho», los que esconden el miedo de no tener casa y el frío, bajo unos cartones o unas mantas, apiladas en cualquier esquina medio resguardada de las inclemencias del tiempo.

-También me acuerdo de los seres humanos que están ingresados en un hospital, o acompañando allí a algún familiar, soportando de la mejor manera que pueden los dolores, los sinsabores, las horas de espera, los momentos de incertidumbre.

-Los desamores dan para rellenar un buen tarro de penurias varias. Recordando los besos que ya no volverán, los abrazos, las caricias, las miradas embelesadas de la expareja. Muchos son los corazones rotos que caminan sin rumbo a la espera de una tirita que haga más soportable su dolor.

-Los emigrantes, en la maleta, suelen llevar un paquete de tristeza (unos lo llevan grande, otros más pequeño), porque se separan de la familia y amigos, al encuentro de un nuevo sol. Cada cual marcha del hogar por un motivo distinto, algunos confían en que este cambio alumbre con dinero los bolsillos y alivie la carga de no poder pagar las facturas; otros esperan poder vivir en una zona del planeta más segura o con menos problemas políticos; hay personas que se marchan al encuentro de un sueño de fama o superación en su carrera profesional; son muchos los seres humanos que se desplazan para disponer de una asistencia médica mejor que en su país. Sea el motivo que sea, siempre suele ir el paquete de pena en el equipaje del que parte.

-Además están las personas que han perdido a un ser querido, un trabajo, una mascota, una amistad,…

Infinitos son los caminos que encuentra la tristeza para acercarse a ti y convertir el día en gris.

La tristeza te sigue.

La tristeza te atrapa.

La tristeza te envuelve entre sus capas doradas.

La tristeza está triste, ¿qué tendrá la tristeza?, ¿qué serán los susurros que en su caminar reza?

La tristeza despliega, artimañas y fuerzas, para que no la abandones, para que ella sea la primera.

La tristeza observa tu sinsabor y tu pena, se abandona a mirarte, mientras las lágrimas no cesan.

La tristeza no está sola, a veces viene acompañada, de la ira, del hastío, de la culpa y la condena.

Si la enfrentas se encoje, se derrite en tus manos, en cuanto la risa llega.

Cuando alguien te mira y te dice “te quiero”, ella marcha a ocultarse tras la alguna puerta.

La tristeza no entiende de horas, de días, de personas, primaveras, veranos, otoños o inviernos.

La tristeza no entiende de colores, aunque ella prefiere los oscuros y grises, que apagados en tono, apoyan más sus matices, sombríos, tristes.

La tristeza está lejos.

La tristeza está cerca.

Si la tristeza ha venido, ¿querrás escucharla?

Me parece un acto muy saludable permitir que los sentimientos hablen, dejar que se expresen, escuchando el momento, entrando en el corazón, acunando lo que va llegando: lágrimas, dolor, pena, sollozos, culpa, quizá miedo.

Hay una gran cantidad de personas que practican el «todoestábienismo». Es una palabra que me acabo de inventar, que sirve para explicar la manera de actuar de aquellos seres que, aunque les sucedan cosas malas, siempre dicen que todo está bien. Tapan, solapan, esconden y disimulan sus malestares, porque no pueden admitir que algo en sus emociones, en sus pensamientos o sentimientos, sea feo o problemático. Cuando se les pregunta cómo están, siempre responden que «bien», independientemente de que haya sucedido una desgracia en su vida ese mismo día.

Luego están esas personas que practican el «todoestámalismo». Otra palabra recién inventada por mí, que es antónima de la anterior. La forma de actuar de estos seres es la contraria, no son capaces de verle la parte positiva a la vida ni de casualidad y encuentran lo feo y problemático en cualquier parte o situación. Cuando se les pregunta cómo están, siempre responden que «mal», independientemente de que haya sucedido algo maravilloso en su vida ese mismo día.

Entiendo que lo normal sería encontrar un poco de equilibrio entre los dos tipos de personas que acabo de nombrar, ir balanceándonos entre un estado y otro, por el camino de en medio (que decía Buda).

Si estás triste, escuchar esa tristeza, llorar y darle espacio, sin ocultarla, porque a veces estamos más de bajón, con menos ganas de risa.

Si estás alegre, escuchar esa alegría, reír y darle espacio, sin ocultarla, porque a veces estamos con más ánimo, con ganas de risa y fiesta.

A mi entender, se trata de dejar que los sentimientos y emociones afloren, sin ocultarlos, sin forzarlos, sin estigmatizarlos, porque es normal sentir diferentes gamas de emociones.

Me da a mí que, a no ser que tengas alguna depresión profunda o alguna enfermedad, no se puede estar en un estado plano todo el tiempo, siempre sonriendo o siempre triste.

La vida es un sube y baja, como las montañas rusas, que en un momento estás arriba y ves el paisaje a lo lejos y, al segundo siguiente estás en la parte de abajo de la atracción con otra montaña ante tus ojos, para ascender de nuevo.

Por eso creo que escuchar y vivir lo que se siente en cada momento, da veracidad a tu día a día. Vivir el momento, si duele, te duele; si da gracia, ríes; si es triste, lloras; si hay prisa, corres; si hay cansancio, paras.

Escuchar, observar, atenderte, prestarte atención.

El día es gris.

Llueve a mares y acaba de comenzar a tronar. Es el momento perfecto para concluir este artículo y resguardarme bajo la manta, sabiéndome segura en mi casa.

Aquí dejo unas meditaciones que pueden ayudarte a relajarte y a escucharte.

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Abrazos de corazón.

María José Malleiro Zorzano (Mirena)

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