Sabéis que me encanta escribir.
Escribo desde que era pequeña, me recuerdo siempre con una libreta en la mano, con alguna poesía o una carta que crear para una amiga. En el instituto, literatura era mi clase preferida.
Cuando comencé a quererme más, fui capaz de compartir con el mundo aquello que rondaba por los entresijos de mi mente y de mi corazón. Retazos de sentimientos, emociones, pensamientos, ideas, historias de lo que sucede en la cotidianidad de mi vida y a mi alrededor.
Cada vez que escribo permito que ese miedo al que dirán los demás por lo que yo comparto, se borre un poquito más, se desdibuje un grado más, se difumine y degrade, de tal modo, que se más fácil para mí exponerme ante el mundo.
Me ha resultado útil entender que todos andamos en la misma situación, que cada uno va sumergido en sus quehaceres y sentires, con sus luces y sombras. Cada cual tiene bastante con los andamios diarios de su rutina, como para andar fijándose en si yo he cometido un error a la hora de escribir mi artículo, o ha sido grandioso lo que he compartido y he provocado el éxtasis a algún lector al que pesqué desprevenido con mis verbas entrelazadas en frases.
Sabéis, los que me conocéis, que ando esta temporada imbuida en hacer lo que se ha dado en llamar «lanzamiento», que viene a ser algo así como que quiero compartir una parte de lo aprendido a lo largo de mi vida (50 años ya… es increíble cómo pasan los años), en formato curso online.
Me trae de cabeza tanto dato, tanta información que hay que mover, darse de alta aquí, registrarse allá, crear contenido para las redes sociales, generar anuncios, preparar la página web con otro tipo de contenido, que si el youtube,… buuuufff, con lo simple que suelo ser yo en todo esto.
Me hace mucha ilusión y estoy poniendo empeño y ahínco en ello, aunque a ratos me desgasto y quiero hacer otra cosa. Y, ¿sabéis qué?, que he decido permitirme parar cuando necesite. Porque he pasado las navidades a tope, viendo vídeos y apuntando lo que me interesaba del curso… y siendo una alumna lo más aplicada posible. Esto hizo que no disfrutase todo lo que me hubiera gustado de estas fechas llenas de magia e ilusión.
Aún queda mucho camino por delante. No sé dónde acabará tanta inversión de energía, tanta dedicación ni tantas horas delante del ordenador. Confío en que la llegada a puerto sea satisfactoria, que haya personas con ganas de recibirme al atracar el barco. Que al desembarcar descubra nuevas rutas, nuevas comidas, nuevos paisajes, nuevos caminos, que me lleven a enriquecer y nutrir mi alma, en compañía de aquellos que decidan subirse conmigo al barco.
Un barco al que he llamado «Quiérete Mucho», como mi tercer libro, porque es lo que pujaba mi alma para que hiciera conmigo misma. Quererme, respetarme, tratarme con dulzura, perdonarme los fallos y sobretodo, el sobretodo de todas las cosas, lo más de lo más importante: darme cuenta de que esto no es una batalla.
Porque me lo he llegado a tomar como una batalla. Como una guerra en la que solo había dos opciones: ganar o perder.
Como una guerra contra el tiempo, que se me hacía cada vez más corto. Además del curso, seguía con la corrección de los dos próximos libros que voy a sacar al mercado y tenía abandonada a la editora. Mi hijo ha llegado a decir esta temporada que ya no tenía madre, porque me pasaba las horas delante del ordenador trabajando en unas cosas y otras y ya no me acordaba de él. Encima la casa había que seguir limpiándola, hacer la comida, bajar al perro a la calle, hablar alguna vez con la familia, dedicar algún momento a los amigos,…
Como una guerra contra la dislexia, que entorpecía mis lecturas y hacía más compleja la comprensión del material que me enviaba el profe, enredando los números y las letras de tal manera que siempre andaba preguntando cosas (que a los demás seguro que les parecían muy simples, pero a mí se me llegaron a hacer un mundo).
Como una batalla contra los miedos, que se amontonaron de golpe y porrazo en las ventanas y en la puerta de mi casa. Miedo a no ser capaz de crear un producto bonito y de calidad que ofrecer al mundo, miedo a no saber ofertarlo, miedo a ponerle precio, miedo a no saber gestionar mi vida con las obligaciones que me estaba imponiendo, miedo a las ventas, miedo a las «no» ventas, miedo a que me criticaran, miedo a que no me hablaran,…
Pero no es una batalla donde se pierda o se gane, es un camino donde se aprende. Ese es el verdadero camino, el aprendizaje. No hay otro camino. Solo el del que aprende. Si, después de transitar esta senda, no sales más reforzado, más nutrido, con más saber en tus adentros, es que no has entendido de qué va la vida.
Porque la vida va de eso, de cuánto amor somos capaces de repartir, a los otros y a nosotros mismos. De cuánta gratitud, paciencia, bondad y benevolencia somos capaces de mostrarnos a nosotros.
La vida, mi vida, va de eso. De quererme mucho. No porque ahora quiera sacar al mercado un producto al que he llamado así, sino porque por encima de todas las cosas, de todas las situaciones, de todas las personas, de todos los hechos, de todo lo que sucede a mi alrededor, lo que verdaderamente importa, es que yo me quiera y me comparta desde ese amor con el resto de seres de este bendito planeta.
Cuando me trato así, con amor propio, parándole los pies a los que me dañan, diciéndole sí a las oportunidades que quieran aparecer en mi camino, pidiendo ayuda cuando desconozco la ruta y mi gps se ha perdido, cuando solicito un abrazo para calmar la angustia que me provoca lo desconocido, entonces, es entonces cuando la vida, en su infinita sabiduría, me brinda nuevas oportunidades y abre las puertas a mágicas coincidencias, a encuentros fortuitos con personas que me facilitan la vida y a pensamientos más positivos y prósperos.
El amor propio no es mío solo. Tú que me lees también lo tienes.
Te propongo un ejercicio:
Escucha tu interior. Pon las manos en tu corazón y escucha, es un ejercicio sencillo.
El otro día, una alumna mía me dijo que ella se leía mis ejercicios de bienestar, pero que no era capaz de hacerlos, porque no estaba preparada para escuchar sus emociones.
Este es muy fácil. Pon las manos en tu corazón, aquí, mientras me lees. Con las manos en tu pecho, escucha lo que sientes, ahora mismo.
¿Cuáles son las sensaciones corporales? ¿Sientes frío o calor? ¿El latido es suave y armónico? ¿Tu corazón galopa a doscientos? ¿Sientes calma en tu pecho? ¿Sientes angustia en tu pecho?
¿Qué pensamientos rondan por tu mente? ¿Andas enredado con las facturas del mes? ¿Piensas en aquella persona con la que te enfadaste? ¿Estás ilusionado por un nuevo proyecto?
¿Qué emociones pujan por hablarte? ¿Vienen a ti emociones del pasado? ¿Te invade la tristeza de una pérdida familiar? ¿Andas con angustia por acontecimientos futuros que prevés con resultado nefasto?
Después de esta observación, cierra los ojos (bueno, primero lee las instrucciones, pero luego cierra los ojos, ¿vale?).
Con las manos en el pecho y los ojos cerrados, inspira profundo, deja que el oxigeno te inunde de calma y sosiego. Con la exhalación abandona la tensión y deja ir el miedo.
Quédate un minuto así, en el momento presente, sin irte al futuro, sin retroceder al pasado. Quédate un minuto, aquí contigo, en el presente.
Eso es amor propio.
Confío en que sepas regresar muchas veces a ese estado de presencia, donde la escucha activa a lo que sientes en mente, emociones y cuerpo, te trae al presente.
Aquí te dejo una canción de Miguel Bosé, dedícatela a ti.
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano (Mirena)