Recuerdo al abuelo viejo, cansado el camino, canosas las sienes, sus manos callosas, surcadas de manchas. Cada una de las arrugas contaba una historia. Presenció las batallas del miedo y del hambre, de la emigración y la guerra, de la soledad y la distancia, de la lucha por conseguir el sustento con el cual mantener a su familia.
Perteneció a la “Quinta del chupete”, denominada así porque eran poco más que niños a los que mandaron a esa guerra. Su boca se llenó de polvo, los oídos de silbidos de balas, sus manos de sangre, sus ojos de muerte. Su corazón de pena por tanta tragedia.
El abuelo Francisco luchó en la Guerra Civil, no recuerdo a que bando lo asignaron, poco importa, no importa nada.
En una guerra todos pierden: los del bando perdedor, los del bando ganador. Nadie gana en una guerra. Salvo los que comercian con la muerte y la miseria de los demás. Los grandes empresarios de armamento. Los que abastecen a los hospitales de campaña con sus medicamentos, las grandes farmacéuticas, los que fabrican los vehículos para las contiendas, los que venden ropas de los soldados, etc. Ellos son los que ganan, los verdaderamente implicados, allí, arma en mano, siempre pierden, sean del bando que sean, de la raza que sean, del país que sean, sean hombres, mujeres o niños.
Muchas veces no mueren de un tiro, mueren de hambre, de sed, de miedo o de pena. Y otros miles deciden quitarse la vida puesto que aguantan tanto horror presente.
Contaba el abuelo que un día estaba hablando con un compañero y de pronto dejó de contestarle y, cuando se fue a dar cuenta, su amigo estaba muerto, le había alcanzado un tiro en la cabeza y falleció en el acto. Aquí perdió el abuelo tres años de vida de repente.
No todo es malo, algo de bueno se traen, las otras “batallas”, las que los juntan, en un repartirse los pocos víveres que disponen, en un contarse como son las novias o mujeres o padres o hijos que los aguardan a la vuelta, cuando todo termine; las que los animan a soñar y decirse a qué quisieran dedicarse cuando acabe todo.
El abuelo regresó vivo a casa, antes de que terminara la contienda, herido de bala, medio sordo, medio ciego de un ojo. Murió de viejo, no perdió la vida allí, como otros. Tampoco regresó entero. Su cuerpo se recuperó, con secuelas. En el campo de batalla dejó más de la mitad de su alma y un trozo de corazón. Su adolescencia y juventud quedaron para siempre truncadas, convertidas en viejas y rancias.
Al abuelo lo recuerdo con la boca llena de la palabra “guerra”. Muchas, muchísimas veces nos contaba sus historias a los nietos. No puedo imaginar lo que tuvo que vivir, aunque puedo llevar a mi mente algunos de aquellos hechos y me estremezco.
Este texto va dedicado a él, a todos los abuelos, padres, hijos, nietos, que estuvieron en la guerra (o que están ahora en una), en cualquier guerra, a cualquier edad, por cualquier motivo, de cualquier bando, de cualquier ideología, país o raza.
Es necesario ponerles voz, aquí aprovecho para ponerles letra.
NOTA: Mi abuelo Francisco Zorzano Cacho luchó en la Guerra Civil Española. Un conflicto que enfrentó a la derecha y a la izquierda españolas, que duró aproximadamente tres años, entre 1936 y 1939. Se calcula que hubo entre 450.000 y 500.000 vidas perdidas.
Aquí comparto un vídeo que creé de este texto, sacado de mi segundo libro: «Más allá de las manos».
Un gran abrazo desde mi corazón al vuestro.
Marijose Malleiro Zorzano (Mirena)