Cuando Mario era pequeño iba a un colegio Montessori que no estaba en mi pueblo, estaba en la ciudad. Había que atravesar diferentes semáforos y calles muy concurridas para llegar allí.
En uno de esos semáforos estaba muchos días, bien temprano, cuando iba a llevar al niño a clase, un señor vendiendo pañuelos de papel.
A veces, a la vuelta, cuando lo iba a recoger, estaban allí algunos chicos que te limpiaban los cristales delanteros del coche.
En otras ocasiones, se ponían unos simpáticos artistas circenses, que en Santiago hay una escuela de circo, y realizaban malabares o proezas encima de una bici de una rueda.
Todo esto, lo de venderte los pañuelos, limpiarte los cristales o realizar el mini espectáculo, lo realizaban en el breve espacio de tiempo que dura la espera del semáforo que está en rojo.
Sé que muchas de las personas que piden en la calle, tienen un hogar al que volver. Será más o menos humilde, pero disponen de un lugar al que regresar después de haber estado en la calle pidiendo limosna o realizando todo tipo de actividades, para que luego, los que vamos en el coche o caminando (los más favorecidos por la vida), les aportemos una moneda que nos sobra por la cartera o por la guantera del coche.
Aunque también sé que hay bastantes seres humanos sin hogar, sin un techo donde cobijarse, sin un lugar fijo al cual regresar a dormir, a compartir con seres queridos un plato de comida caliente o un abrazo de bienvenida.
Me pregunto ¿dónde viven los que no tienen una casa a la que regresar?
Algunos en los portales los he visto, sobre todo en las grandes ciudades.
Otros, agazapados bajo mantas y cartones variados.
Otros, los he visto en los bancos de la calle a la salida de las estaciones de tren de las grandes ciudades.
Otros debajo de puentes.
Otros consiguen el suficiente dinero para irse a una pensión alguna noche.
Otros se van a los albergues que en las ciudades importantes siempre suele haber. Aunque aquí se les exige no beber, no fumar y un mínimo de limpieza. Sé que algunos no quieren pasar por estas peticiones, y prefieren no ir a los albergues.
A veces pasamos por su lado sin mirarlos, sin querer ver el dolor.
A base de tanto ponernos por la tele imágenes negativas, nos han querido atontar y hacer pensar que es normal ver este tipo de situaciones tan horribles y de tanta penuria, pero no es normal.
¡Qué duro no tener un lugar fijo al cual llegar!
¿Qué pensarán?
¿Qué sentirán?
¿Qué sensaciones albergarán en su corazón ante toda esta situación que los envuelve?
Cuando voy a recoger a Mario al instituto, ya no paso por esos semáforos. Ahora su colegio está en una aldea. Ya no me encuentro a esos señores vendiendo pañuelos, limpiando los cristales delanteros del coche o haciendo malabares, a cambio de una limosna.
Llego al instituto, le doy la bienvenida, le doy un beso, me alegro de verlo, me siento afortunada por tener la gran suerte de tener un hijo a quien recoger.
Cuántas madres no pueden ya recoger a sus hijos del colegio, porque los han perdido porque han fallecido y ya no están con ellas.
Cuantas mujeres ni siquiera han podido ser madres, y no tienen la enorme suerte de poder ir a recoger a nadie a ninguna parte.
Así que agradezco a Mario por haber llegado a mí, a pesar de que ahora estamos en esos momentos tan extraños de adolescencia, quiero muchísimo a mi hijo y estoy muy agradecida de que la vida me haya bendecido con la oportunidad de ser madre.
Me imagino a esas personas que tienen que pedir para llevar algo de dinero a casa, si es que tienen casa.
También me imagino lo duro que ha de ser si tienen hijos. Qué les dirán cuando no les puedan comprar la ropa, los libros, cuando los necesitan. O cuando les pidan dinero para ir a dar una vuelta con sus amigos y no puedan darles nada.
A mí me gusta preguntar y enterarme y sé que aquí en España se dan muchas ayudas. En todos los ayuntamientos dan facilidades para que nadie se quede sin comida, ni ropa, ni los accesorios básicos para un bebé o que tengan siempre disponibles las medicinas para los enfermos.
Además de que facilitan ayuda para que todos los niños desfavorecidos puedan disponer de material escolar, juguetes en reyes o comidas navideñas para pasar las fiestas.
Creo, que dentro de lo egoístas que a veces somos como seres humanos, tenemos todos un corazón enorme y somos capaces de poner un pequeño granito de arena para ayudar a los desfavorecidos.
Desde que era pequeña me ponía mala pasar por delante de un mendigo. Recuerdo que allí en Bilbao, cuando mi madre me llevaba al “Cortinglés”, siempre pasábamos por delante de alguien pidiendo.
Entraba en unos sufrires enormes y le pedía a mi madre que le diera dinero o comida, si llevábamos.
Mi madre siempre ha sido muy solidaria y buena persona, la verdad creo que mucha de esta parte social mía, viene de ella.
Mi madre me enseño que hay que compartir con los que no tienen, que hay que repartir lo que uno posee, porque así todos ganamos.
De ella aprendí que dar es recibir.
Así que no soy capaz de pasar delante de un mendigo sin darle algo. A veces le doy conversación y le pregunto sobre su vida, sobre cómo se encuentra.
Desde bien joven andaba metida en los voluntariados, que iban a lugares desfavorecidos, para auxiliar a los otros.
He pasado por “Manos Unidas”, “Cruz Roja”, ahora en mi ayuntamiento de Voluntaria con los mayores en clases de relajación.
Siento que es mi deber como humana, compartir lo que soy. Porque no se trata de compartir lo que tengo, que eso lo puede hacer cualquiera, se trata de compartir lo que soy.
Soy un ser humano maravilloso, con variados dones y talentos. Y me encanta compartirme con los otros desde aquí.
Sobre todo me encanta recordarles a los demás seres humanos, que ellos también son seres únicos, irrepetibles y maravillosos con dones y talentos preciosos.
Todos, todos somos dignos de amar y de ser amados.
A veces nos olvidamos de este hecho. De que todos somos un milagro. Porque todos somos obra de la naturaleza. Todos somos VIDA.
Con recordar esto, ya es suficiente para que volvamos a levantar la cabeza, para compartirnos desde la alegría y el bienestar, con lo que nos rodea. Así, podemos hacer un mundo mejor.
Si cada uno de nosotros pusiéramos un granito de arena, creo de veras que se terminaría el hambre, la desigualdad profunda y la pobreza.
No creo que el mundo sea escaso, creo que La Tierra, este planeta precioso y extraordinario que nos acoge, está capacitada para facilitarnos la comida y el alojamiento a todos.
Si dejaran de invertirse cantidades ingentes en cosas que no sirven para nada, si se dejara de destrozar la naturaleza y se usaran esos recursos para mostrarles a los humanos más desfavorecidos cómo plantar sus propios alimentos, cómo confeccionarse sus ropas y utensilios, cómo ser más compasivos los unos con los otros, otro gallo cantaría.
Entiendo que las grandes fortunas, esas que son ricos de veras, que tienen algunos más dinero que algunos países, esos, quieren seguir siendo «requete» súper ultra ricos. Muchos de ellos se enriquecen a base de empobrecer a otros y de explotarlos. Puedo llegar a entender, que en sus ansias vivas de más y más, no compartan lo que disponen y empobrezcan a lo que los rodea.
Me parece horrible lo que hacen y no se lo deseo a nadie, aunque pueda entender que, en su egoísmo extremo y loco, para conseguir más riqueza, más poder, más dinero o más fama (cada uno tiene su locura) se llevan por delante a quien sea. A ellos solo les importa eso (poder y riqueza), así que hacen lo que consideran oportuno para alcanzarlo, pisando a quién sea.
Lo que también comprendo es que si cada ser, desde su pequeña parcela, se comporta cada día como su mejor versión, sería todo distinto.
Qué impresionante sería si estos sujetos, en vez de poner la energía en conseguir más y más para ellos y los suyos. con argucias y tretas sucias, invirtieran su energía en hacer el bien.
Mi mejor versión de hoy me ha hecho darle cinco euros al señor que estaba en la puerta del supermercado, le he dado también comida y he estado un rato hablando con él. Y me he metido en el coche con un nudo en la garganta, porque no sé si ese maravilloso ser humano y su precioso perrito, tendrán un lugar al cual llegar, un lugar al que llamará hogar, donde sentirse seguros y protegidos en este día de lluvia y frío.
Por eso me vuelvo a preguntar: ¿dónde viven los que no tienen casa?
Ojalá que la vida cambie, que yo pueda ver un mundo más justo, más solidario y humano.
Somos VIDA. Somos velas que pueden prender con su mecha otras velas, para así iluminar el universo entero. Somos el fuego mismo que inició la vida.
Te comparto este vídeo, con afirmaciones positivas.
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Abrazos de corazón.
Marijose (MIA)