Se acaba el año, 31 de diciembre. Una rueda se completa, el círculo se cierra, concluye un camino. Pasaron casi del todo los 365. Es un final para un nuevo comienzo.
En estas fechas, en variadas culturas, se junta la gente para celebrar, para agradecer, para despedir, para cantar y bailar, para decir adiós y dejar atrás cada una de las dificultades que superamos.
Con la esperanza de que los miedos no vuelvan el año que viene, que se marchen, que nos olviden, que no nos recuerden, que no regresen, que se extravíe nuestra dirección del banco de datos.
Albergamos la ilusión (a veces infantil) de que el venidero será más propicio, más leve, más sutil, más armónico y cariñoso. Que nos dolerá menos la herida que portamos. Que los roces del día a día no necesitarán más allá de una tirita y un beso y, con tan poco hacer, sellaremos los baches de la carretera de la vida.
Algunos aprovechamos además para recordar aquello que nos hizo reír, que nos hizo feliz, que nos hizo crecer como personas. Porque si solo nos centramos en lo malo, ¿qué nos queda?
En Nochevieja, algunas familias y amigos se reúnen, con sus mejores galas y comidas, brindan con sus copas de cristal brillante, llenas de alegría y nuevas esperanzas.
Muchos son los que se marchan de fiesta a un hotel, se juntan en “Cenas de Gala”, con menús llenos de mariscos variados, carnes de la mejor calidad, uvas de la suerte, cotillón, baile y chocolate con churros a las tantas de la madrugada.
¡La de productos que somos capaces de ingerir en una sola comida! Es increíble lo que puede dar de sí un estómago.
Con tanta comilona y reunión mi barriga es un amasijo de mezclas saladas y dulces. Como sin hambre. Trago un trozo y ya en mi mano anda el siguiente. Un turrón, un mazapán, una pasa, un cachito de orejón, un higo paso, un pedazo de ese postre raro que compró mi madre en el súper, que era de un día que dedicaron a Alemania.
Aunque no todo son fiestas ni celebración. En las calles de muchas ciudades, bajo montañas de cartón y bajo alguna manta, se acurrucan personas. Seres humanos que por alguna razón no han tenido la gran suerte que tengo yo, de poder escribir este artículo, o tú, que me lees. Seguro que los dos estamos calentitos en nuestras casas, o en algún lugar protegido.
Me emocionó especialmente hace un par de días, recorriendo las callejuelas subterráneas del metro, un señor que tocaba una música preciosa de veras, al que le dejé unas monedas. Era tan bonita aquella melodía que sonaba a través de su acordeón…
Me gusta imaginar cómo ha sido la vida de las personas sin casa. Cómo eran de pequeños. Si tienen hijos que hace mucho que no ven. Si alguna familia sabe que viven en estas circunstancias. Si reciben algún tipo de ayuda…
Anteayer, paseando por una de esas grandes ciudades, se me encogía el alma. Caminamos a su lado y no sabemos sus historias. Casi nunca nos paramos a preguntarles cómo se sienten.
Procuro darles alguna moneda y una sonrisa. Aunque eso son migajas. Imagino lo mal que lo están pasando, ahí, solos, en el medio de la maraña de miles de personas que pasan a su lado, mirando los escaparates llenos de “cosas” que no necesitamos.
Hoy estoy un poco triste. Ayer supe que Marisol, una prima lejana mía, había fallecido. Una chica de cincuenta años. Mamá de dos niños. Esposa, hija, hermana, tía, sobrina, madre, amiga. Ella no lo ha conseguido. Su final llegó antes de terminar el 2022. Este no fue su año. Ni el año de la familia que la acoge ahora ya en su recuerdo.
Aunque sé que ella está viva, al igual que mi prima Sabela, la tía Marinita o mi amiga Patricia, que se marcharon antes de envejecer, gozar de la familia hasta bien entrados los ochenta o rodearse de nietos. Ellas viven en cada recuerdo que albergo en mi corazón, en cada pensamiento que transcurre por mi imaginación y las incluye a ellas, en cada recuerdo de los momentos que viví a su lado.
También siguen vivo mis abuelos y cada uno de los seres maravillosos que han formado parte de mi camino y ya no tienen cuerpo. Creo firmemente que la esencia permanece, que sigue viviendo. Cada uno que crea lo que necesite. A mí me reconforta vivir en esa creencia, que da una continuidad a la vida, eterna e infinita.
Atiendo esa tristeza y la escucho. Marisol, Patricia, Sabela, Marinita,… merecen que hoy viva por ellas. Merecen que aproveche los momentos que me quedan por delante. Que goce de los atardeceres, de los besos, de los abrazos, de las flores, de las caricias, de la comida rica, que disfrute de cada conversación con mis padres o mis suegros, que me sienta afortunada por llevar a mi lado a mi marido Gabriel y a mi hijo Mario, que me ría con cada travesura que realice mi perrito Fénix.
Estoy viva, en carne y hueso. Con alegrías y penas, con luz y oscuridad, con subidas y bajadas, con cincuenta años de experiencias a mis espaldas. No sé lo que va a suceder en el siguiente instante, lo que sí sé es que, si la vida me da la oportunidad, voy a vivirla de la mejor manera, por todos aquellos que ya no pueden hacerlo. Ellos merecen que aprovechemos al máximo los momentos que se nos conceden en este bendito planeta llamado Tierra.
Este 2022 para mí ha sido intenso. Han sucedido bastantes cosas que no hubiese deseado vivir. Me he notado más débil de salud física y emocional. Me he esforzado bastante y he pasado cientos de horas delante del ordenador generando nuevos libros y proyectos.
He aprendido que quererme mucho es una prioridad. Cuidarme, tratarme bien, escucharme, hablarme bien, decirme cosas bonitas y creer en mí. Decirle que No a lo que no quiero y pedir ayuda, para superar los problemas. Todo ello es primordial para mí y para cualquiera.
Me gusta terminar el año con algún ejercicio, un ritual, un poco de limpieza, algunos buenos deseos para agradecer el fin y animar el nuevo comienzo. Unas velas y un incienso que armonicen el momento.
Aquí dejo un ejercicio que puedes hacer ahora, en un huequito de tiempo que te permitas. Se trata de que escribas al menos cinco cosas buenas que han sucedido a lo largo de tu vida. Anota el suceso bueno y lo que sentiste, puedes poner también con quién estaba y otras cosas que recuerdes de ese momento. No me digas que no puedes poner cinco, porque llevas muchos años en esta vida, así que venga, ahora, en un ratito, antes de que se acabe el año.
Dejo ejemplos de cosas buenas que me han sucedido a mí:
- Cuando me quedé embarazada de Mario. Recuerdo la felicidad extrema al ver las dos marcas en el el test de embarazo, la risa que cubrió mi rostro, las mariposas que revolotearon mi estómago, el amor que embriagó todo mi cuerpo, la ilusión de pensar lo feliz que se iba a poner Gabi cuando lo llamara para contárselo,… puedo sentirlo ahora mismo en mí, de nuevo.
- Cuando me dieron las notas y supe que podía entrar en la universidad. Me puse a saltar de felicidad y a decir: ¡lo conseguí!, ¡lo conseguí!, síiii. Lloré de emoción, reí de alegría, se lo conté a todos y celebré ese momento especial… puedo sentirlo ahora mismo en mí, de nuevo.
- Cuando llegaron a casa los ejemplares de mi primer libro: «De regreso a casa». Qué bonito, qué emoción, que alegría, qué nervios, que gozo, qué felicidad, sentir su textura, comprobar que era real, que yo lo había creado, que lo había logrado, que sí, que era cierto…. puedo sentirlo ahora mismo en mí, de nuevo.
- Cuando viajo. Cada uno de esos viajes maravillosos a los que he ido, recorriendo el mundo. En barco, en tren, en avión, en coche, en autobús. Pienso ahora en Egipto, en el crucero por el Nilo, vestida con un disfraz de árabe que me compré en una de sus callejuelas, me veo en la parte de arriba del barco, sintiendo la cálida brisa del Nilo, feliz, rodeada de otras personas felices, también ataviadas con ropas árabes, riendo, haciéndose fotos, sintiendo la magia que rodea este río, este país, a mi lado Gabriel, guapísimo, vestido de azul, de un azul intenso que refleja el azul de sus ojos y resalta su pelo rubio… puedo sentirlo ahora mismo en mí, de nuevo.
- Cuando Mario tomaba teta. Hay muchos momentos felices que alberga mi memoria referentes a Mario. Aunque sentir como mamaba de mi teta, como le servía de alimento mi cuerpo, es uno de los más bellos recuerdos. Gracias hijo por esto… puedo sentirlo ahora mismo en mí, de nuevo.
Si yo he podido, Tú también puedes. Venga, no lo postergues, hazlo ahora. Ve a por una hoja y algo con lo que escribir y comienza la lista. Si quieres, puedes hacerla más grande. Se trata de que traigas a ti el recuerdo y que le asocies una emoción. Yo aún tengo los ojos llorosos de las lágrimas que he derramado, mientras escribía las de mi ejercicio, para que sirvieran de ejemplo, y aún mi pecho siente el hormigueo de la emoción de revivirlo de nuevo.
Si quieres, puedes contarme lo que pusiste, puedes escribirme a conlasmanosdemirena@gmail.com y ahí me cuentas lo que salió de tu corazón.
Pequeño ritual:
a) Escribe en un papel cinco cosas por las que te sientes agradecido en tu vida y cinco cosas buenas que quisieras vivir en el año venidero. Escribe las frases en positivo y siempre pensando en el bien tuyo y el bien común de los que te rodean. Que lo que pidas no haga daño a nadie. Dobla ese papel.
b) Enciende una vela de un color bonito que te guste y te haga sentir bien (puede ser blanca). Pon la vela en un plato y en un lugar seguro. Debajo de la vela pon el papel con las cosas que has escrito.
c) Delante de la vela, encendida, agradece por lo bueno que ha sucedido en tu año y por lo bueno que va a suceder en el año venidero. Cuando se consuma la vela, puedes enterrar los restos en un lugar bonito, en un campo, en una maceta linda, en un bosque, donde lo sienta tu corazón.
Voy concluyendo. Recuerda, eres un ser maravilloso. Mereces que entre en tu vida la alegría y la felicidad, la calma y el sosiego, mereces vivir al máximo, por todos aquellos que ya no pueden vivir, mereces quererte mucho.
Celebra la vida. Que tengas una buena salida y entrada de año.
¡Feliz año!, ¡feliz vida!
Abrazos de corazón.
María José Malleiro Zorzano (Mirena)